Celebración del Arbor Day un 9 de marzo de 1913 en Washington D.C. Foto: Heritage Foundation |
En su libro El Arbolado y la Patria, Joaquín Costa
ya hizo referencia a una ceremonia instaurada en los Estados Unidos conocida
como Arbor Day o Fiesta del Árbol. Fue gracias a la iniciativa de Sterlin-Morton como en
1872 se creó la Arborday Society
cuyos socios pagaban una cuota anual de unas 5 Pts. Además, todos los socios de
la misma tenían la obligación de plantar varios árboles al año. Años más tarde
esa actividad recibió un decidido respaldo gubernamental y acabó institucionalizándose.
Parece ser que ese día la mayoría de los ciudadanos americanos plantaba un
árbol que dedicaba a un político, a un sabio o a un poeta de su devoción. Tal
actividad tuvo una gran acogida entre la población de ese país y su sentimiento
hacia la misma permitió a la sociedad americana mostrar una sensibilidad muy
temprana, tal y como muestran las imágenes que se incluyen aquí. Cabe recordar que este país americano fue pionero dentro del movimiento conservacionista al declarar en 1872 Yellowstone como el primer parque nacional del mundo.
Celebración del Arbor Day en 1891 en algún sitio de Massachusetts. Foto: Chelmsford Historical Society |
Pero volviendo a nuestro país, resulta que la forma en la
que se organizaba esta fiesta en la España de principios del siglo XX, no debía
convencer del todo a nuestro político regeneracionista. Así lo manifestó en su
libro referenciado: "Esa fiesta,
como todas aquellas en que maestros y alumnos se exhiben al público y son
materia de espectáculo, y más aún cuando median premios y distinciones, no
tienen la simpatía de la pedagogía moderna, porque atentan a la dignidad de la
función educadora, son antihigiénicas y despiertan o alimentan en uno u otro
orden la pasión de la envidia, de la vanidad o del orgullo"(1). Así
pues, aun a pesar de que se mostraba convencido de la necesidad de motivar a
los niños en las escuelas para que sus sentimientos hacia el arbolado fueran de
respeto y protección, consideraba que esa fiesta americana no era la mejor
forma de lograrlo. Según Costa, cualquier acto de esas características que se
organizara debía tener un programa claro "...el cual debe ir encaminado principalmente a mover y a enseñar a
maestros, párrocos y alcaldes, y en general a granjear la simpatía y el
concurso de la sociedad para la obra fecunda y callada de la escuela".
Firma del ilustre pensador aragonés Joaquín Costa Foto: Archivo Cartagra |
Aquél acto resultó ser un éxito de participación y todo el mundo
debió quedar encantado. Tanto es así que al día siguiente se redactó un oficio
instando a que ese acto fuera repetido en las poblaciones limítrofes así como
en toda la provincia. El contenido del mismo se expresaba en los siguientes
términos: "Señores eclesiásticos y
pudientes, nuestra desidia y una culpable indulgencia con los que sacrifican la
utilidad pública a sus intereses, han arruinado los antiguos árboles que tantas
veces repararon nuestros cansancios, nos defendieron de la inclemencia del sol
y de las lluvias y dieron a nuestra respiración un ambiente fresco y saludable.
Nosotros debemos reparar esta pérdida, imitando el zelo de nuestros
ascendientes. La juventud ha desempeñado esta obligación por su parte,
plantando un crecido número de árboles; pero aún restan sitios amenos,
susceptibles de estas plantas. Perfeccionemos esta obra, que alabará la
posteridad, vistiendo de nuevos álamos nuestros valles, fuentes y paseos, para
que nuestros nietos reposen a su sombra y nos bendigan; y miremos en adelante
con ceño y con horror la pérfida mano que intentase aplicar la segur a sus
troncos o a sus ramas". Aquél documento tuvo una gran aceptación pues
hubo muchas personas que suscribieron el mismo y se comprometieron a realizar
nuevas plantaciones en sus respectivos pueblos siguiendo el patrón de la aquí
descrita.
Niños y adultos celebrando la Fiesta del Árbol en algún punto de Santander hacia 1915-20. Foto: Archivo Cartagra |
Aún se refiere Costa a una nueva reseña localizada en el
Semanario Industrial de 1840, aunque según él, sucedió antes de dicha fecha. Se situa en
una villa que no llega a mencionar y parece ser que el ayuntamiento estaba
alarmado ante la actitud de sus vecinos frente al arbolado. Estos lo talaban y
eliminaban de forma continuada bajo cualquier pretexto y con suma frecuencia. Desde el consistorio
recurrieron al vicario eclesiástico para que "...interpusiera su influencia para persuadir al vecindario de que obraba
mal destruyendo cuantos arboles plantaban". El vicario accedió a tal
petición y un domingo, sin previo aviso, llevó en procesión a un buen número de
vecinos hasta el lugar elegido para realizar la plantación. Una vez allí el
vicario "...dirigió una plática
encareciéndoles cuan gratos eran a Dios los trabajos útiles de los hombres y el
respeto y obediencia a las autoridades". Tras la charla les detalló el
cometido de aquella atípica procesión y a continuación él mismo comenzó a cavar
a mano un hoyo. Parece ser que convencidos por las palabras del religioso
aquellos hombres y mujeres siguieron su ejemplo y comenzaron a cavar más hoyos.
Días más tarde "...con otra igual
solemnidad, hízose la plantación; las hileras de árboles fueron confiadas a la
protección de los santos especialmente venerados en la localidad; y por último,
interesaron el amor propio y la vanidad de las familias, encomendando a los
jóvenes y a los niños la custodia de cierto número de árboles".
A modo de conclusión cabe hacer una reflexión que se me
ocurre sobre la marcha y tal cual redacto este texto. En el caso americano fue
una cuestión más de filosofía y valores la que llevó a la creación de una
sociedad civil, la Arborday Society, desde la cual se consiguió sensibilizar a la sociedad americana para
fomentar el respeto, la admiración y la conservación del arbolado. En nuestro
caso, a la vista de la información aportada por Joaquín Costa, para conseguir
esos mismos objetivos, las herramientas empleadas fueron totalmente diferentes.
En el primer caso fue necesario dar un cariz festivo al acto, comida incluida,
para así conseguir una participación apropiada. En el segundo, las almas de los
presentes debieron ser encomendadas a Dios para convencerles de que lo que se
les pedía tenían que hacerlo sin falta. El elemento común en ambos casos
fue la presencia de sendos religiosos como claros organizadores y promotores de las mismas. Es decir, cuando la concienciación no surge de forma espontánea ni tampoco sustentada en el hecho de que una cosa hay que realizarla por su interés, siempre queda el remedio de acudir a la religión para compensar la falta de convencimiento.
Fuentes y Bibliografía:
(1): El Arbolado y la
Patria; Joaquín Costa, Madrid, 1912.
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