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domingo, 18 de diciembre de 2016



Hola mozetas y mozés:

Que estas Navidades os resulten mejores que las pasadas pero no peores que las próximas...

A plantar fuertes

Carlos




viernes, 16 de diciembre de 2016

La mano de obra forestal (II)


               Pero al margen de la necesidad que tuvo el PFE de ir a buscar hasta sus lugares de origen toda aquella mano de obra a la que me referí en el anterior post, este organismo también se nutrió de muchísima mano de obra local. Hubo épocas en la que toda mano de obra era bienvenida pues los trabajos previstos así lo requerían. Esta fue empleada básicamente en la apertura de hoyos y en la plantación de pinos, aunque poco a poco, también se fue usando para la apertura de imprescindibles pistas forestales necesarias para acercar tanto la planta como a las personas a los lugares más alejados. Aquellas primeras pistas forestales se abrieron de forma totalmente manual pues sencillamente, no existía maquinaria de ninguna clase en esos momentos. La ausencia inicial de compresores hizo obligado el uso de barrenas manuales o pistolos que había que llevar al herrero más próximo con mucha frecuencia para poder afilar su punta. El objetivo inicial en aquellos primeros casos fue conseguir habilitar un pista con un firme aproximado de unos dos metros de anchura. Aquellos trazados carecían prácticamente de cunetas y el objetivo principal fue permitir el paso a unos pequeños camiones usados en esos momentos conocidos con el nombre de Unimog. Dentro de esas cuadrillas iba una persona que en su condición de encargado, era el que más experiencia tenía en la apertura de esas pistas. Él solía ser quien decidía el trazado final y quien determinaba igualmente, en función de las limitaciones orográficas, la pendiente final de la misma (1).
Grupo numeroso de obreros pertenecientes a varias cuadrillas que trabajaron en la repoblación del monte de Aineto hacia 1952. Foto Archivo Pirenaico de Patrimonio Oral
               En las cuadrillas de peones que se dedicaban a la apertura de hoyos y plantación de pinos también solía haber un encargado. Eran por un general cuadrillas más numerosas que las de los bueyes o las que abrían pistas. El encargado de estas era escogido generalmente entre todos sus integrantes pues las mismas solían estar conformadas por gentes de una misma procedencia. De esta forma el PFE evitaba, al menos teóricamente, la aparición de conflictos personales dentro de cada cuadrilla cosa que por cierto no siempre consiguió. Ese responsable se encargaba de hablar con el guarda forestal o bien con el controlador y era a él a quien debía hacerle llegar el computo diario de los hoyos abiertos o bien de los pinos plantados. También era quien tenía que comunicarle cualquier incidencia en la cuadrilla como por ejemplo alguna lesión, ausencia temporal por enfermedad o bien baja definitiva por renuncia de algún integrante de la cuadrilla. Las relaciones mutuas de unos y otros siempre dio lugar a roces más o menos serios pues aparecieron situaciones de picaresca por ambas partes.

               Y ya que lo acabo de mencionar, hablaré también algo sobre otro empleado forestal que también jugó un papel importante en todos los trabajos forestales que ahora nos ocupan. Se trata de la figura del guarda forestal quien cumplió un papel de engranaje entre los numerosísimos obreros que se contrataban y el ingeniero de montes que dirigía la repoblación forestal propiamente dicha. La política aplicada por el PFE en aquellos años a la hora de nombrar guardas fue idéntica en la mayor parte del país. Conforme aumentaban los trabajos forestales en los montes, los ingenieros comenzaron a echar en falta disponer a pie de tajo a una persona de confianza que les mantuviera informados de cualquier cuestión o imprevisto en la marcha de los trabajos. Cuando observaban alguno de esos obreros que mantenía interés en la forma de ejecutar los trabajos, en cómo discurrían los mismos o percibían que tenía esa idea necesaria que sólo da la experiencia o el buen hacer proporcionan, acababan siendo nombrados como controladores. Una vez contrastada esa capacidad durante un tiempo finalmente se les solía nombrar guardas forestales. Años más tarde pasado el auge de las repoblaciones, el nombramiento de estos empleados fijos ya quedó regulado de forma específica y a partir de entonces se les requirió la superación de una prueba escrita de conocimientos varios.
Guarda forestal (de pie y con gorra) supervisando los trabajos de plantación con plantadora en una repoblación de Peralta de la Sal en 1965.  Foto: Archivo Cartagra


               Hubo ocasiones en las que la figura del guarda forestal resultó ser muy criticada pues fue objeto de acusaciones varias por parte de los obreros a su cargo. Entre otras cuestiones, el guarda era quien al cabo del día debía de apuntar los jornales a los obreros a su cargo y eso dio lugar a situaciones variadas. Desde obreros que se quedaron sin el jornal diario porque su rendimiento había sido escaso, hasta casos en los que aun habiendo trabajado bien, el guarda no apuntaba aquél jornal para quedárselo él. Tampoco faltaron casos en los que el guarda forestal pasaba por el tajo a comprobar si las hoyas abiertas manualmente  cumplían con las dimensiones exigidas o no, obligando sobredimensionar las hoyas abiertas en muchísimas ocasiones. En otras y para comprobar si el pino había sido correctamente plantado, tiraba del mismo hacia arriba con sus manos. Si lo arrancaba con facilidad era señal inequívoca de que estaba mal plantado pues no se había apretado suficientemente la tierra al rellenar la hoya. En ese caso reprendía a los obreros, les exigía mayor atención en la plantación e incluso les recordaba que si no lo hacían bien se quedarían sin jornal ese día. Cabe señalar a continuación que el guarda forestal tenía a su vez que rendir cuentas ante el ingeniero de montes, su inmediato superior. Si no tomaba el guarda forestal aquellas precauciones corría el riesgo que los pinos deficientemente plantados acabaran muriendo ese mismo invierno. Si el número de bajas en la plantación presentaba índices altos en una parte concreta de la repoblación, sólo había dos posibilidades para saber cuál fue la causa. Si en las repoblaciones próximas las bajas habían sido mínimas o escasas se descartaba prácticamente factores meteorológicos como sequía o lluvia. Llegados a ese punto la otra posibilidad que quedaba era pensar que la plantación había sido realizada de forma deficiente bien por hoyas pequeñas o bien por tierra poco apretada. Era entonces cuando ante la supervisión crítica del ingeniero, quedaba en entredicho la capacidad de ese guarda forestal para seguir dirigiendo cuadrillas de repoblación (2).


               El guarda forestal, como ya ha quedado dicho, era el responsable directo de llevar al día las listillas de jornales de todos los obreros a su cargo. En función de sus anotaciones los obreros cobrarían unas cantidades u otras. Durante mucho tiempo el pago de los jornales se realizaba quincenalmente y esta operación siempre respondió a un modelo que se repetía cada dos semanas.  Así era como se desplazaba, desde Zaragoza la mayoría de las ocasiones, un pagador que era quien llevaba consigo todo el dinero. Este se ponía de acuerdo con el inspector forestal de la comarca y juntos se presentaban en la repoblación en cuestión donde los obreros ya esperaban inquietos su llegada pues ese día lo tenían apuntado en su memoria de forma bien nítida. En las comarcas de Jacetania y Alto Gállego el inspector residió durante mucho tiempo en Jaca y salía al encuentro del pagador. Así era como durante varios días de la semana ambos recorrían las repoblaciones que se efectuaban en esas dos comarcas pagando a todos los obreros contratados. Esta forma de proceder  o muy similar se debió repetir en todas las comarcas oscenses. Las cantidades de dinero que se llevaban encima fueron más que significativas para el momento. Hubo casos como el de alguna quincena a mediados de los años cincuenta del siglo pasado que hasta la repoblación de Basarán (Sobrarbe) subieron desde la ribera del río Gállego el inspector y el pagador llevando encima más de 200.000 Pts del momento (1)
Yunta de bueyes abriendo fajas en un monte desconocido de la provincia de Huesca. Obsérvese cómo debido a la fuerte pendiente en el apero o brabant debían ir dos personas para abrir el surco correctamente. Foto: Archivo Cartgara

                 Muchos de esos hombres venidos de fuera enviaban parte del dinero obtenido a sus familias que quedaron en tierras andaluzas. El transcurso del tiempo acabó permitiendo el asentamiento definitivo en poblaciones altoaragonesas como Jaca, Castiello de Jaca, Sabiñánigo, etc. de algunos de aquellos hombres venidos del sur los cuales se integraron sin mayor problema entre la población local. Pero aquellos jornales también acabaron llegando a la población autóctona altoaragonesa que trabajó como peones en estos trabajos forestales. En la mayoría de los casos los jornales pagados por el PFE constituyeron muy posiblemente el primer dinero cobrado en su vida para multitud de aquellos hombres. Hombres que supieron aprovechar el parón invernal de estas montañas para conseguir un ingreso extra. Ese dinero les permitió comprar artículos y productos que de otra manera ni se hubieran planteado pues simplemente no tenían dinero con qué pagarlo pues entonces este apenas circulaba. Esa autonomía económica derivada de aquellos jornales hizo reflexionar a más de uno de esos hombres quienes empezaron a mirar con otros ojos la posibilidad de dejar todo lo conocido por ellos hasta ese momento. Más de uno comenzó a plantearse en serio la posibilidad de marchar a alguno de los incipientes núcleos industriales altoaragoneses como Sabiñánigo, Monzón, Huesca o Lérida entre otros (2). Las duras condiciones de aislamiento y de falta de servicios básicos como electricidad, educación, agua corriente o atención sanitaria, también tuvieron mucho que ver en ese replanteamiento referido.






Fuentes y Bibliografía

- (1): Pinos y Penas en tiempos del Patrimonio; Carlos Tarazona Grasa, 2006.
- (2): Archivo Fondo Documental del Monte; Ministerio de Agricultura y Medio Ambiente, Madrid.



martes, 13 de diciembre de 2016

Un registro de embarque



             Un ama de casa y dos obreras. Estas fueron las profesiones que declararon tres mujeres oscenses a la hora de embarcar en un vapor en el puerto francés de Le Havre. Embarcaron un 9 de noviembre de 1920 en un barco que se llamaba La Touraine el cual realizaba regularmente viajes entre este puerto europeo y el americano de Nueva York. Una se llamaba Ramona Navarro y erade Ansó; otra Barbara Navarro y era de Fago y la tercera, también de Ansó, se llamaba Sebatiana Vitales. Nuestras protagonistas subieron a bordo del mismo y tras un largo viaje transoceánico de cerca de quince días, acabarían recalando en la capital americana. Como era habitual en esos casos lo hicieron juntas pues era la mejor manera de afrontar con un mínimo de seguridad y garantías tan largo viaje a un país extranjero. Además, tal como muestra esta hoja de embarque, la mayoría del resto de pasajeros eran de procedencias tan dispares como rumanos, italianos o franceses lo cual hacía poco recomendable viajar solo.


            Este registro de embarque fue localizado en el archivo de la Isla de Ellis donde se guardan los listados de los más de doce millones de inmigrantes que entre 1892 y 1954 acogió Estados Unidos. Fue durante la visita que realicé a este archivo en 2009 con el objeto de conocer algo sobre los aragoneses que llegaron a tierras americanas a principios del siglo XX, cuando di con ella. Tal fue el impacto de esa elevada cifra de inmigrantes que en la actualidad cerca del 40% de los estadounidenses, es decir, unos cien millones de ellos, pueden trazar su ascendencia a partir de los hombres y mujeres llegados a este país por esta aduana. Esto se debió a que sobre la Isla de Ellis se asentó durante todos esos años la única aduana que había en toda la costa Este americana. Esta tuvo mucho más tráfico que la aduana ubicada en la costa Oeste la cual recibió los inmigrantes del continente asiático básicamente. 
   Imagen del vapor La Touraine en el que hicieron la travesía trasatlántica las tres mujeres oscenses. Foto: Archivo Cartagra

            Pero volvamos sobre el contenido de esta hoja de embarque pues proporciona más información interesante. Hay que decir que falta otra página donde aparecían más datos de los viajeros. Llama poderosamente la atención como las fichas de viajeros coetáneas para las aduanas europeas fueron mucho menos rigurosas pues solamente contenían que la información básica de nombre, apellidos, residencia y poco más. Las autoridades americanas fueron mucho más exhaustivas pues sus registros incluían datos como la altura, raza, color de ojos o de pelo. Sus libros de registro de gran tamaño contenían nada menos que dos hojas tipo sabana en las cuales recogían infinidad de datos de cada uno de los inmigrantes.


            Respecto a nuestras tres mujeres imagino que su primer reto debió ser conseguir el dinero suficiente para pagarse un pasaje, seguramente de tercera, lo cual supondría para ellas trabajar duro durante bastante tiempo para ahorrar peseta a peseta el total del importe. Es muy posible que alguna de las tres fuera a trabajar temporalmente a las fábricas de alpargatas de Mauleón, Olorón o su entorno, donde aprenderían mínimamente algo de francés. Otro reto para ellas debió ser atravesar Francia sólas hasta llegar a la ciudad de Le Havre y llegar a tiempo para embarcar, superando entre las tres cuantos imprevistos de les presentaran. Llama poderosamente la atención que a las tres se les anotara que su provincia de origen fuera Navarra y no Huesca. Quizás se debiera a que dos de ellas se apellidaban Navarro y esto indujera al error. Tampoco  debe considerarse como casual que el destino final declarado por las tres fuera el mismo, San Francisco. Las tres eran muy jóvenes pues la mayor contaba con 25 años y las otras dos 21 y 18 años respectivamente. Las tres contaban ya por esas fechas con familiares o conocidos en esta capital del Oeste americano quienes habían realizado dicho trayecto unos años antes. Ramona Navarro tenía alli a su hermano; Bárbara a su amiga Sebastiana Aznárez y Sebastiana Vitales al amigo Rafaél Pujolar.

Carta de embarque en las que aparecen las tres mujeres oscenses localizadas. Foto: Archivo Cartagra

            Las condiciones del viaje fueron poco confortables para quienes viajaban con un pasaje de tercera. Durante la quincena aproximada de días que duraba el viaje eran instalados en las bodegas de los vapores en unas circunstancias muy austeras y en ocasiones con unas mínimas garantías de salubridad. En otros casos debieron realizar todo el viaje sobre la misma cubierta soportando las inclemencias atmosféricas como buenamente pudieron. Sólo viajaban en camarote con unas condiciones dignas quienes llevaban pasaje de primera o segunda categoría.  Este barco en concreto tenía capacidad para 1090 pasajeros en total que según las categorías se repartín del siguiente modo: 392 pasajeros en 1ª, 98 en 2ª y otros 600 pasajeros en 3ª.


            La llegada a la aduana de la Isla de Ellis tampoco estaría exenta de tensión y temores. Allí serían examinadas nuevamente por médicos americanos para asegurarse que estaban libres de enfermedades como el tracoma ocular o la tuberculosis. Largas y angustiosas colas para superar los diferentes y exhaustivos trámites que las autoridades migratorias americanas imponían y que en más de un caso implicó la deportación de alguno de ellos. Una vez superados eran embarcados nuevamente y llevados hasta Manhatan donde ya pisaban por primera vez el continente americano. Allí debieron tener mucho cuidado pues los ladrones y timadores esperaban ansiosos la llegada de los incautos inmigrantes para intentar engañarles o hacer negocio a su costa. En el mejor de los casos quizás pudieron contar con algún contacto español en Nueva York quienes les ayudarían a organizar la segunda etapa de su largo viaje pues aún debían atravesar el amplio continente americano y alcanzar la costa Oeste donde se asentaba su destino final, la gran urbe de San Francisco.
 
                  Aspecto de la cubierta de un vapor abarrotada principalmente por pasajeros de 3ª clase.                                               Foto: Biblioteca del Congreso de EE. UU.

            Por todo esto hay que resaltar ineludiblemente el valor de aquellas tres mujeres por emprender semejante viaje, totalmente solas, sin conocer nada de inglés y seguramente que bien poco de francés o por hacerlo en una época en la que las mujeres estaban condicionadas por un montón de prejuicios. Pero estas tres mujeres tenían el carácter y la personalidad suficientes como para superar cuantos retos les presentara un viaje que resultó vital para las tres. En una futura entrada contaré con detalle cuál fue el devenir en el país americano de una de ellas, Barbara Navarro, a la cual seguí su pista por tierras californianas durante mi periplo americano.




 Fuentes y bibliografía:

- Borregueros, Aragoneses en EE. UU. de Carlos Tarazona; trabajo inédito.



viernes, 2 de diciembre de 2016

A floreta Susín (2)

           Parece mentira pero ha vuelto a pasar una añada más... y serán ya tres las que hace que nos dejó Angelines. Su memoria y su recuerdo no cae en el olvido y somos muchos los que mantenemos viva su imágen recordándola en cualquier rincón de su querido Susín y su entorno.

          Esta vez la quiero recordar a la entrada de su casa. Como siempre, sonriente, amable y dicharachera. Dispuesta a mostrar los vericuetos de Casa Malláu al sorprendido urbanita a quien le explicaba la función de cada estancia o la de cualquiera de los útiles y/o aperos que guardaba en ellas. A acoger en un día frío o lluvioso, al calor del fogaril, a un excursionista que viniera o fuera a cualquier parte en donde Susín se conformaba en un paso obligado. O a ofrecer un trago de agua bien fresca en su viejo botijo durante cualquier día veraniego. Así era esta mujer y así la recuerdo yo. Seguramente no debió haber nadie que pasara por Susín y se topara con ella que no fuera objeto de su conversación, de su compañía, y sobre todo, de su ilusión por mostrar, enseñar y explicar.

Poco amiga de las cámaras, cuando por fín se dejaba fotografiar, siempre se mostró coqueta y preocupada por su aspecto e imagen. Foto: Revista Vértex
            Pero en la actualidad y a pesar de la fotografía inferior, la puerta de Casa Malláu, afortunadamente, sigue abierta. Lamentablemente Angelines ya no está para darnos la bienvenida o conversación. Sin embargo su espíritu y su recuerdo han sido salvaguardados por un grupo de entusiastas amigos quienes al menos una vez cada mes, se reúnen en Susín y continúan con la labor de recuperación con la que siempre soñó Angelines. Quien quiera estar al corriente de cualquier noticia relacionada con Susín nada más tiene que visitar regularmente la web de la Asociación Malláu Amigos de Susín.
Atravesar la puerta de Casa Malláu sigue permitiendo viajar en el tiempo. Lástima que la mejor guía para ese viaje ya no se encuentre entre nosotros. Foto: Archivo Cartagra

           Entre todos ellos, de forma regualr y encabezados por su hijo Óscar, consiguen congregar a un buen número de personas el último sábado de cada mes. Se reúnen y trabajan desinteresadamente, para poco a poco, hacer realidad ese gran sueño de Angelines que no era otro que el de conseguir una restauración auténtica de Susín. Muchas gracias desde aquí a Oscar, Teresa, Inés, Mari Carmen, Ana, Moises y cuantos estáis haciendo realidad ese sueño.

           
            Que el recuerdo de Angelines continúe perdurando en el tiempo...



PD: Para quien así lo desee, el próximo Sábado 6 de febrero tendrá lugar en la iglesia de Santa Eulalia de Susín, a las 13:30, una misa en memoria de Angelines.