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domingo, 6 de abril de 2014

Un búnquer en Santa Orosia

Debió ser la sanmigalada de 1937 cuando su abuelo lo afirmó para ir a servir a Casa Pascual de Aurín. Ángel tenía por aquél entonces 15 años y como es fácil imaginar, no era su primer trabajo fuera de casa pues el año anterior ya había estado sirviendo en Avena. En la casa de su nuevo amo disponían de una yunta de bueyes y de otra pareja de machos. Su primer cometido nada más enganchar fue, ayudado de la yunta de bueyes, sembrar los campos de aquella casa diseminados por el llano de Aurín.
Ángel contando de forma muy enfática cuál fue su participación en la construcción del búnquer

              La Guerra Civil española estaba en su segundo año de contienda y los movimientos en las posiciones de ambos bandos eran continuos. Por eso tanto el ejército republicano como el nacional hacían todo lo posible para consolidar sus posiciones de la forma más efectiva. Un buen día de finales de otoño de 1937 los vecinos de Aurín vieron con sorpresa como llegaba al pueblo su alcalde acompañado de un cabo primero del ejército nacional. Ángel no sabía cuál era el motivo pero los rumores en voz alta de la dueña de la casa al verlos llegar aclararon sus dudas: Rediós, ya deben venir otra vez a buscar os machos de casa... espetó aquella abuela. En esos momentos Ángel tampoco sabía que aquella visita también acabaría afectándole a él. Parece ser que las tropas nacionales apenas disponían de caballerías en esos momentos por lo que solían recurrir a las que poseían los vecinos de los pueblos que estaban bajo su control. Aquella escasez se vió incrementada, aún más si cabe, tras el incendio de un pajar de Casa Roldán de Sabiñánigo donde habían muerto calcinados hacía pocos días hasta tres machos del ejército los cuales aún llevaban puestos los bastes. 

Burros equipados con bastes de madera para transportar más 
comodamente cargas pesadas

          Ese mismo día el alcalde de Aurín, cumpliendo las instrucciones del suboficial militar, movilizó las caballerías existentes entre todas las casas del pueblo, incluidos los de Casa Pascual. Por ese motivo al día siguiente Ángel tuvo que marchar con los machos hasta la cercana fábrica de Aragonesas, en Sabiñánigo. Ángel y otros vecinos de Aurín llegaron a dicha fábrica y comenzaron a llenar sacos terreros con la arena de un gran montón la cual se empleaba en las obras que se realizaban en Aragonesas. Una vez llenos Ángel cargó un par de sacos de arena sobre el baste de cada macho y se formó un convoy de tres o cuatro machos que emprendió camino hacia Sta. Orosia. Ángel no entendía nada de aquella situación. No sabía qué hacía él en ese convoy, no entendía el motivo de aquella cruel guerra y aún menos que su familia hubiera quedado dividida a ambos lados del frente.


Tienda de campaña militar junto a la Ermita de Sta. Orosia. 
Foto: Archivo Museo de Bielsa
     Aquél convoy tomó dirección al pueblo de Isún. Una vez en él tomaron el camino del puerto y poco a poco comenzaron a remontar el pendiente solano. De mitad ladera para arriba ya encontraron nieve por lo que debieron extremar el cuidado para evitar que ningún macho pisara en falso y resbalara. Una vez que coronaron el altiplano de Sta. Orosia comprobaron como en esa zona había alrededor de un palmo de nieve. Además, los soldados habían abierto con las palas una especie de trinchera en aquellas zonas donde había más nieve acumulada y evitar así que los machos se hundieran por el peso. Al final, tras unas tres horas de camino consiguieron llegar hasta la misma Ermita de Sta. Orosia. El oficial al mando de aquél destacamento les indicó el lugar donde debía descargar los sacos y así lo hicieron a unos cien metros escasos de la ermita.
Convoy militar atravesando el altiplano de Santa Orosia. Foto: Archivo Museo de Bielsa

            En aquél primer viaje Ángel tuvo suerte pues llegó justo cuando los soldados estaban comiendo alrededor de la cocina de campaña que tenían montada junto a la ermita. El frugal desayuno matutino que había tomado hacía ya horas que se había diluido y no llevaba ni tan siquiera un trozo de pan para el camino. Así pues, tras haber cumplido con su cometido Ángel y los demás se comieron bien a gusto su merecida ración de rancho. Tras un ligero reposo, el convoy emprendió las dos horas de regreso que le quedaban hasta llegar de nuevo a Aurín. Antes de emprender el regreso, el oficial al mando les hizo saber que al día siguiente debían subir un nuevo cargamento de sacos de arena. Durante el camino de bajada Ángel no dejaba de pensar para qué demonios debían querer tanta arena en medio del monte. Él sabía que a otros hombres de Aurín ya les había tocado llevar cargas de comida o munición para los soldados repartidos por el monte, pero arena?... Ángel hizo en total unos cuatro viajes con arena hasta Sta. Orosia sin conseguir aclarar el destino de la misma. Recuerda que poco tiempo después también le tocó llevar varios viajes con los machos hasta Lárrede. En esa ocasión la mercancía eran cajas de munición que los nacionales almacenaban en el interior de la iglesia mozárabe de este pueblo.
Aspecto del búnquer que ahora nos ocupa y su ubicación en el entorno de la Ermita de Santa Orosia

              Al cabo de un tiempo Ángel consiguió enterarse de cuál era la finalidad de aquella arena. Los soldados nacionales construyeron cerca de la Ermita de Sta. Orosia un bunquer para instalar en su interior una ametralladora. Esta pequeña construcción sigue, aunque de forma muy discreta, presente en el mismo sitio y muy accesible para ser visitado.

         De poco tiempo a esta parte han surgido interesantes iniciativas que están apostando seria y decididamente por la recuperación de diferentes ejemplos de construcciones defensivas militares levantadas durante la pasada contienda civil de nuestro país. Quien quiera saber algo más sobre una de ellas puede pinchar aqui.




Fuente: Ángel Gracia Abarca de Casa Chuán de Oliván, tiene en la actualidad 91 años y cuenta con una memoria prodigiosa, capaz de rememorar con todo lujo de detalles, cualquier hecho acaecido a lo largo de su vida.

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