viernes, 6 de noviembre de 2015

La mano de obra forestal



            A la conclusión de la contienda civil España quedó en una delicada situación económica y social. Se destruyeron ciudades e industrias pero también pueblos completos donde desaparecieron sus reses, sus caballerías y hasta los aperos. La vuelta a la normalidad costó proporcionalmente mucho más en el medio rural que en las ciudades donde pudieron acceder con más facilidad a los jornales que se invirtieron en su reconstrucción. Mucha gente de los pueblos desistió de recuperar sus dañadas casas y emigraron a ciudades próximas e incluso lejanas. Quienes se quedaron en los pueblos debieron comenzar prácticamente desde cero ayudando a levantar otras casas y, si disponían de recursos, emprendiendo la reconstrucción de su propia casa. Aquellos años de la posguerra resultaron ser duros de verdad en todo el país aunque especialmente en el sur de España. La falta de trabajo en los grandes latifundios permitió que durante un tiempo, grandes grupos de personas sin trabajo se agruparan diariamente en la plaza del pueblo o en algún otro punto céntrico de muchos pueblos. Allí pasaban la jornada a la espera de recibir alguna noticia de algún lugar donde necesitaran peones para el trabajo que fuera. Sin embargo, los días discurrían y esta noticia nunca llegaba por lo que la falta de un mísero jornal sólo conseguía exacerbar la paciencia de esos hombres. Aquella situación se debió prolongar en el tiempo de tal forma que los gobernantes de la época llegaron a observarla con seria preocupación pues temían que pudiera dar lugar a imprevisibles movimientos sociales, críticos ante aquella falta continuada de trabajo. Ante tal coyuntura los responsables político-militares del momento se vieron obligados a pensar alguna fórmula para mantener ocupado aquél importante flujo de desempleados para de esa manera, desactivar cuanto antes un posible y cada vez más cierto riesgo de sublevación. 
   Cuadrilla repoblando ante la atente mirada del Guarda Forestal en el monte de Castiello de Jaca.    Foto: Archivo Cartagra

            Pero la solución, más sencilla incluso de lo previsto, no tardaría en llegar. Antes del inicio de la guerra ya se había creado el Patrimonio Forestal del Estado (PFE) si bien su puesta en marcha quedó relegada debido al inicio de la Guerra Civil . Una vez concluida la misma los gobernantes del momento decidieron retomar cuanto antes su puesta en marcha y por ello, en mayo de 1941, aprobaron el reglamento que habría de concretar el funcionamiento de este organismo. Tanto la ley de creación del PFE como su propio reglamento dejaron bien clara la intención de aquél régimen dictatorial de poner en marcha una decidida política forestal. Dentro de la misma y como ya hemos ido viendo en anteriores entradas, las repoblaciones forestales iban a jugar un papel más que destacable. La numerosísima mano de obra que sería necesaria para poder realizar las plantaciones propiamente dichas, resultó determinante para dar empleo aunque sólo fuera temporalmente, a aquél elevado número de personas desempleadas. Aquellos planes se vieron favorecidos en gran medida por el hecho de que tales trabajos no podían ejecutarse de forma mecanizada sino todo lo contrario. A pesar de que la fase de apertura de fajas se hizo durante los primeros años con la ayuda de la tracción animal de las yuntas de bueyes, el resto de tareas sólo podían hacerse manualmente y estas requerían el empleo numerosa mano de obra.

            Pero aquellos trabajos forestales no afectaron por igual a todas las regiones del país, más bien al contrario. Las repoblaciones forestales se centraron en algunas áreas geográficas mientras que en otras su incidencia fue bastante menor. Aquellas circunstancias permitieron situaciones paradójicas como las presentadas durante buena parte de la década de los sesenta del siglo pasado en nuestra provincia. Aquí, durante el invierno hubo bastantes años en los que la mano de obra local disponible resultó ser insuficiente para cubrir la gran demanda que originaron las plantaciones forestales. Tal fue aquella escasez de mano de obra que los responsables del PFE tuvieron que buscar por su cuenta soluciones para paliar tal carestía. Esa demanda llegó a fijarse del orden de 200 a 300 obreros cada temporada de plantación. Finalmente su solución pasó por alquilar autobuses y fletar viajes hasta tierras andaluzas. En muchos casos se llegaron a contratar autobuses que viajaron hasta distintos puntos de provincias como Jaén o Málaga. Concretamente a Mijas (Málaga), el PFE organizó durante años sucesivos viajes en los que se desplazaban desde Huesca capital hasta dos autobuses vacíos. Una vez en Mijas acudían a la plaza del pueblo donde se concentraban más de un millar largo de hombres desempleados. Allí, con la ayuda de un manijero que solía ser una persona del pueblo que ya había trabajado la campaña anterior con el PFE, se hacía una selección de los hombres que mejor podrían adaptarse al trabajo previsto. Una vez los autobuses llenos con un centenar escaso de hombres se emprendía viaje de regreso a Huesca. Nada más llegar aquellos hombres eran repartidos entre las diferentes repoblaciones que preveían realizar ese invierno y repartidas por distintos montes de la provincia. Cabe decir aquí que la elección de Mijas para ir a buscar obreros tampoco fue casual del todo pues según ha podido saber, en aquellos años era el pueblo con la renta per cápita más baja de toda España (1).


Autobús similar al que usaría el PFE para traer trabajadores
desde el sur del país. Foto: Archivo Cartagra
            De esa forma relativamente sencilla fue como se consiguió un doble efecto positivo. En muchos casos ni tan siquiera se les dotó a los obreros contratados ni tan siquiera de una azada pues en muchos fue condición previa para ser contratado la de disponer de una herramienta para picar y hacer hoyos en el suelo. Este detalle debe servirnos de pista a la hora de imaginar cuales debieron ser las condiciones en las que habrían de trabajar aquellos hombres. El alojamiento debieron buscárselo también por su cuenta allá donde iban. Fueron mayoría los casos en los que se alojaron en yerberos del pueblo más próximo al lugar del trabajo. Sin apenas ropa con la que abrigarse durante la noche, comiendo a rancho y cumpliendo duras jornadas de trabajo. Pero el verdadero problema para ellos no fueron las largas jornadas abriendo hoyos sobre suelos en ocasiones muy pedregosos. Para muchos de ellos lo verdaderamente difícil de llevar fue soportar las duras condiciones climatológicas. Se trataba de hombres del sur poco acostumbrados al frío, a temperaturas bajo cero o a las relativamente frecuentes nevadas. Debió ser aproximadamente a mediados de los años cincuenta del siglo XX cuando en la repoblación del monte de Basarán había empleada una cuadrilla de unos 90 obreros de procedencia andaluza. Pues bien, según he recabado hubo un invierno en el que cayó una gran nevada (2) que les obligó a permanecer alojados en varias de las casas recién abandonadas de ese pueblo. Allí debieron permanecer buena parte de ellos al menos cinco días pues la gran nevada les impidió  abandonar Basarán y marchar caminando valle abajo hacia Berbusa u Oliván. La falta de leña con la que calentarse hizo que la gran mayoría de puertas y ventanas de las casas de Basarán acabaran siendo quemadas por aquellos hombres para calentarse.
Yunta de bueyes abriendo fajas en el monte de Isín hacia 1960. Foto: Archivo Cartagra
            Fue en estos primeros años de actuación del PFE en tierras oscenses cuando se usaron de forma muy habitual las yuntas de bueyes para la apertura de miles de kilómetros de fajas en las laderas altoaragonesas. Aquellos bueyes tiraban de pesados brabanes cuyo manejo exigía un gran esfuerzo por parte de quien guiaba el mismo. Así mismo el boyero era quien iba delante guiando los bueyes también tenía que saber hacerlo bien. Pero muchos de aquellos hombres nunca habían hecho aquél trabajo y tuvieron que aprender prácticamente sobre la marcha tanto a manejarlos, a detectar cualquier posible enfermedad como a identificar cuando necesitaban descansar o cuando debían ser cambiadas sus herraduras. Alguno de aquellos obreros andaluces una vez que ya comenzó a tener experiencia con estos animales pues se le veía interés por conocerlos y aprender, acabó siendo nombrado encargado de esas cuadrillas que fácilmente podían estar conformadas por hasta una decena de yuntas. A estos encargados también les tocó acompañar en alguna ocasión al ingeniero de montes para comprar nuevos bueyes, aperos y aparejos pues necesitaba el criterio de alguien como más experiencia que él mismo en esta materia. El temple del buey en la cuadra o un aspecto y complexión física adecuados sólo podían ser correctamente valorados por quien pasaba largas jornadas trabajando junto con ellos. Los bueyes fueron comprados en muchas ocasiones tanto en Pamplona, Guipúzcoa como incluso en Salamanca. Cuando se comprobaba que estos animales ya no estaban en condiciones de seguir trabajando, bien por viejos, lesiones o bien por inadaptación, el propio PFE los acabó vendiendo como carne a carniceros de la provincia como fue el caso de Mayoral en Barbastro. De esa forma el PFE conseguía recuperar buena parte del dinero invertido inicialmente en su compra (3).


           






Fuentes y Bibliografía

- (1): Pinos y Penas en tiempos del Patrimonio; Carlos Tarazona Grasa, 2006.
- (2): Seguramente sería aquella ola de frío conocida como "la remonta".
- (3): Archivo Fondo Documental del Monte; Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente.



Memoria de Papel (15)



              Las montañas pirenaicas siempre han sido un motivo en el que infinidad de autores han buscado la inspiración para dar contenido a libros y estudios sobre géneros muy variopintos. Esa variedad se ve incrementada cuando, como en el presente caso, a ambos lados del Pirineo se abordan temáticas, si no idénticas, sí muy similares. Este es el caso de los dos libros que ocupan la Memoria de Papel presente.


Los glaciares pirenaicos aragoneses


             Estamos ante un número extraordinario del Boletín Glaciológico Aragonés al que se le ha dado, tanto por contenido como por extensión, un merecido aspecto final de libro. Aprovecho para decir que no podía ser de otra manera pues el material gráfico incluido en sus páginas, bien merece el formato y la calidad final. Esta publicación forma parte de la excelente colección Imágenes de Huesca, auspiciada por la Comisión de Cultura de la Diputación Provincial de Huesca. Cuenta además con la inestimable colaboración del Gobierno de Aragón y de la Universidad de Zaragoza a través de su Departamento de Geografía y Ordenación del Territorio. Dentro de este departamento debe destacarse el trabajo realizado por los investigadores Javier Chueca Cía y Asunción Julián Andrés. Ambos firman un magnífico artículo en el que se aporta información sobre la evolución de los glaciares aragoneses desde la pequeña edad del hielo hasta la actualidad. Merece ser destacada también la participación de Fernando Biarge en una doble faceta, quien además de coordinar este estupendo trabajo, también aportó numerosas fotografías de su extensísima colección particular las cuales dieron un valor añadido a este trabajo eminentemente gráfico. 


              Las más de trescientas páginas de este libro se distribuyen en tantos capítulos como macizos montañosos existen en la actualidad que todavía contienen o bien han contenido glaciares a lo largo y ancho de sus valles. Un capítulo está dedicado a los glaciares del Balaitus, Punta Zarre y Macizo de los Infiernos. Otro a los macizos de Viñamala, Taillón y Monte Perdido. Uno nuevo a los glaciares de Posets y Perdiguero y uno último al macizo de Maladeta. Entre todos estos capítulos se incluye un elevado número de fotografías de gran interés tanto histórico como geológico pues gracias a ellas podemos constatar una triste realidad. Realidad que nos confirme el importante retroceso del fenómeno glaciar en estas montañas aragonesas. La contemplación de muchas de las imágenes incluidas en sus páginas no dejan lugar a dudas. El hielo de los glaciares primigenios ha dejado paso a la roca desnuda que lo sostuvo durante miles de años. La consulta de unas páginas pocas veces resulta tan esclarecedora del paso del tiempo y sus consecuencias como en este libro.



Glaciers des Pyrénées


            Se trata de un magnífico libro de Editions Cairn cuyo autor es Pierre René, único glaciólogo del Pirineo francés. Desde muy joven ya comenzó a recorrer la cordillera pirenaica en la que también trabajó como guía acompañante de montaña. Tras más de una docena de años estudiando los glaciares de todo el Pirineo, Pierre René logró editar el libro que ahora nos ocupa. En formato apaisado, sus 167 páginas están repletas de magníficas fotografías que muestran como el paso del tiempo ha ido minando, reduciendo y provocando la reducción y hasta la desaparición de más de un glaciar perinenco. Como bien reza el subtítulo del libro, sus páginas condensan a través de sus fotografías y sus textos, las consecuencias del calentamiento climático. En este contexto, los glaciares son las principales víctimas de tal fenómeno global que afecta por igual a los glaciares de otros macizos montañosos del mundo. Reseñar también, que este libro vio la luz igualmente gracias al Parque Nacional de los Pirineos quien enseguida supo reconocer la calidad de su contenido.


              El buen trabajo de este joven glaciarista francés está refrendado a través del prólogo de otra autoridad francesa en la materia, Christian Vincent, glaciólogo e investigador del Laboratorio de Glaciología y Geofísica del Medioambiente, con sede en Grenoble. También está avalado por Serge Planton, climatólogo responsable del grupo de investigación climática de Meteo France con sede en Toulouse. Al contrario que el trabajo anterior, este aborde la cadena pirenaica en su integridad incluyendo la situación de retroceso actual de glaciares no abordados en este otro trabajo. Además, a lo largo de sus páginas habla ya no sólo de los glaciares existentes en la actualidad y de cuál ha sido su proceso de retroceso. También dedica un capítulo a aquellos glaciares que ya desaparecieron fruto del proceso de calentamiento global al cual asistimos en las últimas décadas. En otro de ellos describe la tipología de estos, su toponimia y por su puesto su ubicación. Las numerosas fotografía que incluye son obra de diferentes autores. Las más antiguas de fotógrafos como Lucien Briet, Emile Belloc, Maurice Gourdon o Abbé L. Gaurier. Las actuales son mayoritariamente de Gabriel Nogué. Estamos ante un libro que seguro no os defraudará, tanto por su texto como por sus imagenes.