lunes, 18 de noviembre de 2013

El factor humano (III)


          Cualquier trabajo, sea el que sea, debe contar necesariamente además de con una o varias cabezas pensantes encargadas del diseño y contenido del mismo, de muchas manos para poderlo ejecutar. Además, el número de estas siempre será proporcional a la envergadura y dimensiones de la obra que se piensa realizar. Es decir, cuanto más voluminosa o más complicada técnicamente hablando sea, mayor número de trabajadores habrán de ser necesarios para sacarla adelante. Y esta cuestión que bien podría ser considerada como una máxima, es perfectamente aplicable también al ámbito de los trabajos forestales que se abordan en este blog. Muy pocos trabajos u obras forestales se hubieran conseguido sacar adelante si no se hubiera contado con un número mínimo de trabajadores que garantizara su ejecución dentro de los plazos previstos. Sin esa mano de obra ni los ingenieros hubieran podido concluir su obra por muy completo y preciso que fuera su proyecto, ni los guardas habrían podido ejecutar su tarea de control y fiscalización de esos hombres.

Obreros realizando desmontes para construir terrazas siguiendo las curvas de nivel en las laderas de la cabecera del Barranco Arratiecho, hacia 1910. Foto: Colección Tomás Ayerbe
          Cada vez que se ha escrito o hablado sobre las diferentes obras de corrección hidrológico-forestal, el conjunto de los obreros implicados en las mismas ha sido generalmente el gran olvidado. Bien porque apenas se ha hecho referencia al mismo o bien porque directamente no se les ha mencionado. La intención de este post es precisamente evitar una vez más esa omisión y rendir a través del mismo, mi modesto reconocimiento a todos esos trabajadores forestales que a lo largo de muchísimos años intervinieron en las obras abordadas en este blog. Aun a pesar de las grandes diferencias que pudiera haber entre los proyectos originales de cada una de esas obras, en todos ellos siempre hubo una cuestión común. Era el apartado dedicado al personal a contratar y los jornales que a cada una de las categorías se debería pagar. Además, ese numeroso colectivo de obreros casi siempre estuvo organizado de una forma muy similar en la mayoría de obras.

Buyol usado para transportar agua 
en los trabajos forestales.
Foto: Archivo Cartagra

          Cuando los trabajos eran de mucha envergadura solía contratarse más de una cuadrilla de obreros, si bien cada una de ellas era empleada en cometidos diferentes dentro de la misma obra. La composición de cada una de ellas solía variar en cuanto al número de integrantes pero debían oscilar entre seis y ocho personas. Mientras, las cuadrillas que trabajaron en las repoblaciones forestales solían ser más numerosas llegando hasta la docena de individuos. Volviendo a las primeras y aclarado el número que las solían conformar hay que decir que su composición en cuanto a las categorías casi siempre correspondió también a un mismo perfil. En el puesto más básico se encontraba generalmente el pinche que solía ser al más joven de toda la cuadrilla. Su cometido principal fue el de aprovisionar de agua de boca a los demás integrantes de la cuadrilla. Para ello se ayudaba de un buyol o incluso de algún botijo en el que poder trasportar el agua de boca con la que saciar la sed de unos y otros. En muchos casos se trataba del hijo de alguno de los integrantes de la misma cuadrilla o en su defecto provenía del mismo pueblo de donde eran la mayoría de sus integrantes.

          La siguiente categoría, la de los peones, era la que tradicionalmente se encargaba de realizar algunos de los cometidos más duros. Entre ellos pueden citarse el amasado manual del cemento y el hormigón, del transporte de piedras en los balluartes -también llamados parihuelas- hasta el lugar donde habían de ser colocadas o acercar a los oficiales cuanta herramienta u objetos les solicitaran. Eran también los principales responsables de acometer el montaje y desmontaje de sencillos andamios; de achicar con pozales el agua que inundaba los cimientos pues para entonces no había ningún tipo de bomba mecánica que supliera esta labor o tener la herramienta siempre limpia y lista para su uso. En algunos casos también fueron los encargados de ejecutar las perforaciones en la roca para su posterior voladura. El empleo de métodos manuales para el barrenado de la roca resultó ser siempre muy lento y penoso. La llegada de las primeras barrenadores mecánicas aún tardaría unos cuantos años. El empleo de esta técnica implicó a su vez que para la siguiente fase fuera necesario al menos una persona que supiera colocar la dinamita y los detonadores correctamente. La mayoría de las cuadrillas no contaban con dicha persona por lo que era habitual que se trajera a alguien de otro lado. En cualquier caso, esta categoría era la más abundante dentro de cada cuadrilla pues como ya ha quedado dicho, fue la que más cometidos y funciones solía tener asignados, suponiendo generalmente más de la mitad de los integrantes de la cuadrilla.
Obreros realizando diferentes fases del trabajo de construcción de un dique en el Barranco Arás. El empleo de balluartes para transportar piedras entre dos se convirtió en un útil imprescindible en estos trabajos.
Foto: Archivo Cartagra
Obrero, pala y carretillo, otra combinación muy
habitual en las obras de hidrología de los 
cauces de la provincia de Huesca.
Foto: Archivo Cartagra

          Como última categoría encontramos a los oficiales. Estos solían dominar varias facetas como eran la albañilería y la cantería. La mayoría de los diques se construyeron usando piedras procedentes de una formación conocida como flysh muy abundante en el Prepirineo cuyas piedras tenían una forma paralelepípeda casi perfecta. A pesar de lo dicho, era muy habitual tener que retocar parcialmente muchas de ellas para lo cual se requería una experiencia y un conocimiento previo que sólo se obtenía con los años. Durante el primer cuarto de siglo XX los canteros de Biescas llegaron a alcanzar un gran fama y reconocimiento siendo muy buscados incluso al otro lado de la frontera. Muchos años más tarde, en la década de los sesenta, los canteros de Biescas y alrededores fueron masivamente contratados para las obras que se realizaban en la construcción de las pistas de esquí de Formigal. En los hoteles y edificios de nueva construcción la piedra fue un elemento muy empleado. Aquella circunstancia obligó a buscarlos fuera lo que permitió la llegada hasta la zona de canteros gallegos. Además, también se hizo necesario que la administración forestal igualara el jornal que pagaban en las obras del Valle de Tena para garantizarse la consecución de los canteros necesarios.  

          La única ayuda con la que contaron aquellos hombres en todo este tipo de obras, si es que así puede llamarse, fue la tracción animal. Es decir, gracias al uso de caballerías, bien fueran machos, caballos o burros, estos sirvieron para diferentes cometidos. En unos casos subieron cargados con sacos de cemento o bidones de agua hasta lugares de muy mal y largo acceso. En otros casos sirvieron para mediante el empleo de esturrazos arrastrar pesadas piedras que sería imposible moverlas ni a mano ni con la ayuda de balluartes. Hay que señalar también que no todo el mundo era capaz de desempeñar este trabajo. Unas veces era el caballo el que no obedecía al hombre mientras que otras veces era la persona quien no sabía dar las instrucciones correctas ni tampoco interpretar las reacciones del animal. Para evitar eso, siempre se contrataba juntos a la caballería y a su dueño pues de esa forma se garantizaba el buen funcionamiento de este binomio. A pesar del uso de estos animales de carga, las condiciones del trabajo siguieron siendo muy duras y exigentes para los hombres implicados en las mismas.
Caballerías provistas de esturrazos con los que conseguían arrastrar piedras de gran peso imposibles de mover a mano. Foto: Archivo Cartagra
          Donde verdaderamente se notaba si la cuadrilla contaba con unos buenos canteros era cuando el dique estaba a punto de ser concluido y mostraba ya acabados los diferentes mechinales. En estos amplios ventanales se requería el empleo de piedras trabajadas de forma muy diferente pues por un lado predominaban las terminadas en forma de esquina, y por otro, las semicurvas que conformaban el arco superior de cada mechinal que era el encargado de soportar y repartir el peso de la parte superior del dique. Tanto el ingeniero responsable del proyecto como el guarda encargado de esa obra sabían distinguir muy bien la calidad de esas piedras trabajadas por lo que enseguida comprobaban el grado de profesionalidad de los canteros. 
En la construcción de diques como este del Barranco Estiviellas es donde resultaban ser imprescindibles unos buenos canteros capaces de trabajar cualquier tipo de piedras. Foto: Fototeca DGB-INIA
          Al margen de las cuadrillas empleadas en la construcción de los diques, hubo también personal local que se empleó en otros cometidos como fue la construcción y mantenimiento de viveros forestales. Estas instalaciones resultaron ser básicas para poder ser autosuficientes y disponer de las plántulas necesarias para acometer las repoblaciones forestales. Estas fueron siempre el complemento imprescindible a la construcción de los diques pues eran la mejor forma de consolidar terrenos erosionados. Las tareas dentro de un vivero también fueron muy numerosas y variadas pues había que conseguir semillas de varias especies, sembrarlas en la época apropiada, atender a su riego, labores de escarda, de trasplantado, repicado, etc. Todas estas labores se realizaban de forma totalmente manual por lo que la mano de obra también resultó ser imprescindible.

Obreros en los trabajos de acondicionamiento del vivero de Arratiecho en Biescas, hacia 1910.
 Foto: Archivo Tomás Ayerbe

Guarda y obrero fueron las dos categorías que 
más interactuaron en los trabajos forestales. 
Foto: Colección Tomás Ayerbe.

            Por último me referiré a la persona que ejercía las funciones de responsable en cada una de las cuadrillas, independientemente que trabajara en la construcción de diques, en el mantenimiento de viveros o en las repoblaciones. En todas estas cuadrillas había un encargado que era quien respondía por todo el grupo a su cargo y que se constituía en el único interlocutor frente al guarda o al ingeniero. A él le correspondía comunicar el accidente o la baja de alguno de sus hombres, la supervisión del trabajo realizado diariamente o la reclamación laboral pertinente. En muchos casos era también a esta persona a quien se le pagaba semanalmente el importe total de los jornales correspondientes a los integrantes de su cuadrilla. Posteriormente, él se encargaba del reparto entre cada uno de los integrantes de su cuadrilla. En su relación con el Guarda Forestal no faltaron los roces y las desavenencias. En unos casos debió tener que soportar la arbitrariedad de la que pudiera hacer gala el Guarda Forestal. En otros, las disputas surgían sencillamente como consecuencia de unas condiciones laborales muy exigentes a cambio de unos jornales escasos que apenas permitían salir adelante a esos hombres y a sus respectivas familias.

          Fueron años de trabajos duros que requirieron un gran sacrificio por parte de aquella numerosa mano de obra y donde sus derechos debieron ser tan escasos como el de los jornales que cobraban. Donde la principal y única motivación de aquellos hombres, como siempre ha sucedido, no era otra que la de llevar un jornal a casa para intentar sacar la familia adelante. Por cierto, hubo trabajos en los que hasta los integrantes de la propia familia acabaron implicándose en el trabajo del cabeza de familia. Así quedó reflejado en una magnífica fotografía realizada a principios de siglo XX por Pedro Ayerbe en el Barranco de Arratiecho.
Familiares de los trabajadores en las obras del Barranco Arratiecho llevándoles la comida en cestas, hacia 1910.
 Foto: Archivo Tomás Ayerbe
          Sin duda alguna, sin la numerosa mano de obra, tanto local como foránea, todas las obras forestales acometidas en el norte de la pronvincia de Huesca no habrían podido ejecutarse. Sirvan estas líneas, como ya ha quedado dicho, para poner en valor y reconocer públicamente el papel jugado por este colectivo.








2 comentarios:

  1. Precioso, como siempre, hecho con el corazón.

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  2. Hola Pedro:
    Muchas gracias por seguir mi blog y por tu comentario. Esta es la mejor forma de animarme para seguir manteniendo vivo este blog.
    A plantar fuerte zagal.
    Carlos

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