Pero al margen de
la necesidad que tuvo el PFE de ir a buscar hasta sus lugares de origen toda
aquella mano de obra a la que me referí en el anterior post, este organismo
también se nutrió de muchísima mano de obra local. Hubo épocas en la que toda
mano de obra era bienvenida pues los trabajos previstos así lo requerían. Esta
fue empleada básicamente en la apertura de hoyos y en la plantación de pinos,
aunque poco a poco, también se fue usando para la apertura de imprescindibles
pistas forestales necesarias para acercar tanto la planta como a las personas a
los lugares más alejados. Aquellas primeras pistas forestales se abrieron de
forma totalmente manual pues sencillamente, no existía maquinaria de ninguna
clase en esos momentos. La ausencia inicial de compresores hizo obligado el uso
de barrenas manuales o pistolos que
había que llevar al herrero más próximo con mucha frecuencia para poder afilar
su punta. El objetivo inicial en aquellos primeros casos fue conseguir
habilitar un pista con un firme aproximado de unos dos metros de anchura.
Aquellos trazados carecían prácticamente de cunetas y el objetivo principal fue
permitir el paso a unos pequeños camiones usados en esos momentos conocidos con
el nombre de Unimog. Dentro de esas
cuadrillas iba una persona que en su condición de encargado, era el que más
experiencia tenía en la apertura de esas pistas. Él solía ser quien decidía el
trazado final y quien determinaba igualmente, en función de las limitaciones
orográficas, la pendiente final de la misma (1).
Grupo numeroso de obreros pertenecientes a varias cuadrillas que trabajaron en la repoblación del monte de Aineto hacia 1952. Foto Archivo Pirenaico de Patrimonio Oral |
En las cuadrillas
de peones que se dedicaban a la apertura de hoyos y plantación de pinos también
solía haber un encargado. Eran por un general cuadrillas más numerosas que las
de los bueyes o las que abrían pistas. El encargado de estas era escogido
generalmente entre todos sus integrantes pues las mismas solían estar conformadas
por gentes de una misma procedencia. De esta forma el PFE evitaba, al menos
teóricamente, la aparición de conflictos personales dentro de cada cuadrilla
cosa que por cierto no siempre consiguió. Ese responsable se encargaba de
hablar con el guarda forestal o bien con el controlador y era a él a quien
debía hacerle llegar el computo diario de los hoyos abiertos o bien de los
pinos plantados. También era quien tenía que comunicarle cualquier incidencia
en la cuadrilla como por ejemplo alguna lesión, ausencia temporal por enfermedad
o bien baja definitiva por renuncia de algún integrante de la cuadrilla. Las
relaciones mutuas de unos y otros siempre dio lugar a roces más o menos serios
pues aparecieron situaciones de picaresca por ambas partes.
Y ya que lo acabo
de mencionar, hablaré también algo sobre otro empleado forestal que también
jugó un papel importante en todos los trabajos forestales que ahora nos ocupan.
Se trata de la figura del guarda forestal quien cumplió un papel de engranaje
entre los numerosísimos obreros que se contrataban y el ingeniero de montes que
dirigía la repoblación forestal propiamente dicha. La política aplicada por el
PFE en aquellos años a la hora de nombrar guardas fue idéntica en la mayor
parte del país. Conforme aumentaban los trabajos forestales en los montes, los
ingenieros comenzaron a echar en falta disponer a pie de tajo a una persona de
confianza que les mantuviera informados de cualquier cuestión o imprevisto en
la marcha de los trabajos. Cuando observaban alguno de esos obreros que mantenía
interés en la forma de ejecutar los trabajos, en cómo discurrían los mismos o
percibían que tenía esa idea necesaria que sólo da la experiencia o el buen
hacer proporcionan, acababan siendo nombrados como controladores. Una vez contrastada esa capacidad durante un tiempo
finalmente se les solía nombrar guardas forestales. Años más tarde pasado el
auge de las repoblaciones, el nombramiento de estos empleados fijos ya quedó
regulado de forma específica y a partir de entonces se les requirió la
superación de una prueba escrita de conocimientos varios.
Guarda forestal (de pie y con gorra) supervisando los trabajos de plantación con plantadora en una repoblación de Peralta de la Sal en 1965. Foto: Archivo Cartagra |
Hubo ocasiones en
las que la figura del guarda forestal resultó ser muy criticada pues fue objeto
de acusaciones varias por parte de los obreros a su cargo. Entre otras
cuestiones, el guarda era quien al cabo del día debía de apuntar los jornales a
los obreros a su cargo y eso dio lugar a situaciones variadas. Desde obreros
que se quedaron sin el jornal diario porque su rendimiento había sido escaso,
hasta casos en los que aun habiendo trabajado bien, el guarda no apuntaba aquél
jornal para quedárselo él. Tampoco faltaron casos en los que el guarda forestal
pasaba por el tajo a comprobar si las hoyas abiertas manualmente cumplían con las dimensiones exigidas o no,
obligando sobredimensionar las hoyas abiertas en muchísimas ocasiones. En otras
y para comprobar si el pino había sido correctamente plantado, tiraba del mismo
hacia arriba con sus manos. Si lo arrancaba con facilidad era señal inequívoca
de que estaba mal plantado pues no se había apretado suficientemente la tierra
al rellenar la hoya. En ese caso reprendía a los obreros, les exigía mayor
atención en la plantación e incluso les recordaba que si no lo hacían bien se
quedarían sin jornal ese día. Cabe señalar a continuación que el guarda
forestal tenía a su vez que rendir cuentas ante el ingeniero de montes, su
inmediato superior. Si no tomaba el guarda forestal aquellas precauciones
corría el riesgo que los pinos deficientemente plantados acabaran muriendo ese
mismo invierno. Si el número de bajas en la plantación presentaba índices altos
en una parte concreta de la repoblación, sólo había dos posibilidades para
saber cuál fue la causa. Si en las repoblaciones próximas las bajas habían sido
mínimas o escasas se descartaba prácticamente factores meteorológicos como
sequía o lluvia. Llegados a ese punto la otra posibilidad que quedaba era
pensar que la plantación había sido realizada de forma deficiente bien por
hoyas pequeñas o bien por tierra poco apretada. Era entonces cuando ante la
supervisión crítica del ingeniero, quedaba en entredicho la capacidad de ese
guarda forestal para seguir dirigiendo cuadrillas de repoblación (2).
El guarda forestal,
como ya ha quedado dicho, era el responsable directo de llevar al día las
listillas de jornales de todos los obreros a su cargo. En función de sus
anotaciones los obreros cobrarían unas cantidades u otras. Durante mucho tiempo
el pago de los jornales se realizaba quincenalmente y esta operación siempre
respondió a un modelo que se repetía cada dos semanas. Así era como se desplazaba, desde Zaragoza la
mayoría de las ocasiones, un pagador que era quien llevaba consigo todo el
dinero. Este se ponía de acuerdo con el inspector forestal de la comarca y
juntos se presentaban en la repoblación en cuestión donde los obreros ya esperaban
inquietos su llegada pues ese día lo tenían apuntado en su memoria de forma
bien nítida. En las comarcas de Jacetania y Alto Gállego el inspector residió
durante mucho tiempo en Jaca y salía al encuentro del pagador. Así era como
durante varios días de la semana ambos recorrían las repoblaciones que se
efectuaban en esas dos comarcas pagando a todos los obreros contratados. Esta
forma de proceder o muy similar se debió
repetir en todas las comarcas oscenses. Las cantidades de dinero que se
llevaban encima fueron más que significativas para el momento. Hubo casos como
el de alguna quincena a mediados de los años cincuenta del siglo pasado que
hasta la repoblación de Basarán (Sobrarbe) subieron desde la ribera del río
Gállego el inspector y el pagador llevando encima más de 200.000 Pts del
momento (1)
Muchos
de esos hombres venidos de fuera enviaban parte del dinero obtenido a sus
familias que quedaron en tierras andaluzas. El transcurso del tiempo acabó
permitiendo el asentamiento definitivo en poblaciones altoaragonesas como Jaca,
Castiello de Jaca, Sabiñánigo, etc. de algunos de aquellos hombres venidos del
sur los cuales se integraron sin mayor problema entre la población local. Pero
aquellos jornales también acabaron llegando a la población autóctona altoaragonesa
que trabajó como peones en estos trabajos forestales. En la mayoría de los
casos los jornales pagados por el PFE constituyeron muy posiblemente el primer
dinero cobrado en su vida para multitud de aquellos hombres. Hombres que supieron
aprovechar el parón invernal de estas montañas para conseguir un ingreso extra.
Ese dinero les permitió comprar artículos y productos que de otra manera ni se
hubieran planteado pues simplemente no tenían dinero con qué pagarlo pues
entonces este apenas circulaba. Esa autonomía económica derivada de aquellos
jornales hizo reflexionar a más de uno de esos hombres quienes empezaron a
mirar con otros ojos la posibilidad de dejar todo lo conocido por ellos hasta
ese momento. Más de uno comenzó a plantearse en serio la posibilidad de marchar
a alguno de los incipientes núcleos industriales altoaragoneses como
Sabiñánigo, Monzón, Huesca o Lérida entre otros (2). Las duras condiciones de
aislamiento y de falta de servicios básicos como electricidad, educación, agua corriente o atención sanitaria, también tuvieron mucho que ver en ese replanteamiento referido.
Fuentes y Bibliografía
- (1): Pinos y Penas en tiempos del Patrimonio; Carlos Tarazona Grasa,
2006.
- (2): Archivo Fondo Documental del Monte; Ministerio de Agricultura y
Medio Ambiente, Madrid.
Hola Paco: Siento no haber leído el mensaje antes pero al menos nos hemos podido ver. Lamento que las condiciones no fueran las mejores pero... Ha sido un placer haberos conocido y charlar con todos vosotros. A ver si nos vemos otra vez y hablamos más tranquilamente. Espero os gusten los documentales. Saludos y hasta otra.
ResponderEliminarCarlos
Hola Carlos, te conozco de fotos, pero no personal cosa que me gustaría.
ResponderEliminarAl leer estas historias, me trae muchos recuerdos de todo tipo.Uno de los mas importantes el de haber estado plantando pinos en la pardina de Cerzun los años 1963 y 1964. Mi sorpresa, cuando pedí los papeles para la jubilación y no aparecer como cotizante de la Seguridad Social, habiendo trabajado para el PFE, !en apariencia un gremio oficial y serio en ese concepto!...
Mi suerte que después de todo, me sobraron años cotizados. Cosa que no le sucedió a otros.
La especulación, demuestra que esta por todas partes y en todos los sitios. Parece que los humanos nos olvidados de donde estamos y para qué estamos...con tendencia a TENER más que a SER... una pena.
Un saludo
Andrés