miércoles, 5 de marzo de 2014

La Fiesta del Árbol en España



Celebración del Arbor Day un 9 de marzo de 1913 en
Washington D.C. Foto: Heritage Foundation
          En su libro El Arbolado y la Patria, Joaquín Costa ya hizo referencia a una ceremonia instaurada en los Estados Unidos conocida como Arbor Day o Fiesta del Árbol. Fue gracias a la iniciativa de Sterlin-Morton como en 1872 se creó la Arborday Society cuyos socios pagaban una cuota anual de unas 5 Pts. Además, todos los socios de la misma tenían la obligación de plantar varios árboles al año. Años más tarde esa actividad recibió un decidido respaldo gubernamental y acabó institucionalizándose. Parece ser que ese día la mayoría de los ciudadanos americanos plantaba un árbol que dedicaba a un político, a un sabio o a un poeta de su devoción. Tal actividad tuvo una gran acogida entre la población de ese país y su sentimiento hacia la misma permitió a la sociedad americana mostrar una sensibilidad muy temprana, tal y como muestran las imágenes que se incluyen aquí. Cabe recordar que este país americano fue pionero dentro del movimiento conservacionista al declarar en 1872 Yellowstone como el primer parque nacional del mundo.
Celebración del Arbor Day en 1891 en algún sitio de Massachusetts. Foto: Chelmsford Historical Society

            Pero volviendo a nuestro país, resulta que la forma en la que se organizaba esta fiesta en la España de principios del siglo XX, no debía convencer del todo a nuestro político regeneracionista. Así lo manifestó en su libro referenciado: "Esa fiesta, como todas aquellas en que maestros y alumnos se exhiben al público y son materia de espectáculo, y más aún cuando median premios y distinciones, no tienen la simpatía de la pedagogía moderna, porque atentan a la dignidad de la función educadora, son antihigiénicas y despiertan o alimentan en uno u otro orden la pasión de la envidia, de la vanidad o del orgullo"(1). Así pues, aun a pesar de que se mostraba convencido de la necesidad de motivar a los niños en las escuelas para que sus sentimientos hacia el arbolado fueran de respeto y protección, consideraba que esa fiesta americana no era la mejor forma de lograrlo. Según Costa, cualquier acto de esas características que se organizara debía tener un programa claro "...el cual debe ir encaminado principalmente a mover y a enseñar a maestros, párrocos y alcaldes, y en general a granjear la simpatía y el concurso de la sociedad para la obra fecunda y callada de la escuela".


Firma del ilustre pensador aragonés Joaquín Costa
Foto: Archivo Cartagra
            Tras señalar la procedencia de esta fiesta, Costa reconoció que a lo largo de sus investigaciones había tenido ocasión de leer en viejas revistas referencias sobre "verdaderas fiestas del árbol" celebradas en España nada menos que antes de la Guerra de la Independencia. Parece ser que aquellas habían surgido de forma espontánea y sin seguir ni tomar la estela de ninguna otra. Una de esas antiguas reseñas la encontró en el boletín nº 24 del Semanario de Agricultura y Artes, fechado en octubre de 1805. Situaba los hechos en un sencilla villa cacereña, concretamente en Villanueva de la Sierra. Parece ser que en esa villa ejerció un celoso eclesiástico muy concienciado sobre los beneficios que reportaba el arbolado a ese pueblo. En palabras de Costa, ese hombre "...ideó interesar en su fomento y conservación al clero y demás clases directores de la localidad...". Ese eclesiástico tuvo muy claro que para que dicha fiesta cuajara entre la población lo mejor sería darle "...el ayre de una fiesta, no solo para excitar los ánimos, sino para fixar en ellos la idea de su merito y utilidad ". Con esa estrategia clara consiguió involucrar al párroco y al alcalde del pueblo y de forma conjunta organizaron unos actos en los que "...animados todos de los mismos sentimientos patrióticos, disponiendo un banquete y bayle para que después que solemnemente se hubiese hecho el plantío de álamos proyectados en el valle del Exido y arroyada de la Fuente de la Mora". 

            Aquél acto resultó ser un éxito de participación y todo el mundo debió quedar encantado. Tanto es así que al día siguiente se redactó un oficio instando a que ese acto fuera repetido en las poblaciones limítrofes así como en toda la provincia. El contenido del mismo se expresaba en los siguientes términos: "Señores eclesiásticos y pudientes, nuestra desidia y una culpable indulgencia con los que sacrifican la utilidad pública a sus intereses, han arruinado los antiguos árboles que tantas veces repararon nuestros cansancios, nos defendieron de la inclemencia del sol y de las lluvias y dieron a nuestra respiración un ambiente fresco y saludable. Nosotros debemos reparar esta pérdida, imitando el zelo de nuestros ascendientes. La juventud ha desempeñado esta obligación por su parte, plantando un crecido número de árboles; pero aún restan sitios amenos, susceptibles de estas plantas. Perfeccionemos esta obra, que alabará la posteridad, vistiendo de nuevos álamos nuestros valles, fuentes y paseos, para que nuestros nietos reposen a su sombra y nos bendigan; y miremos en adelante con ceño y con horror la pérfida mano que intentase aplicar la segur a sus troncos o a sus ramas". Aquél documento tuvo una gran aceptación pues hubo muchas personas que suscribieron el mismo y se comprometieron a realizar nuevas plantaciones en sus respectivos pueblos siguiendo el patrón de la aquí descrita.
Niños y adultos celebrando la Fiesta del Árbol en algún punto de Santander hacia 1915-20. 
Foto: Archivo Cartagra

            Aún se refiere Costa a una nueva reseña localizada en el Semanario Industrial de 1840, aunque según él, sucedió antes de dicha fecha. Se situa en una villa que no llega a mencionar y parece ser que el ayuntamiento estaba alarmado ante la actitud de sus vecinos frente al arbolado. Estos lo talaban y eliminaban de forma continuada bajo cualquier pretexto y con suma frecuencia. Desde el consistorio recurrieron al vicario eclesiástico para que "...interpusiera su influencia para persuadir al vecindario de que obraba mal destruyendo cuantos arboles plantaban". El vicario accedió a tal petición y un domingo, sin previo aviso, llevó en procesión a un buen número de vecinos hasta el lugar elegido para realizar la plantación. Una vez allí el vicario "...dirigió una plática encareciéndoles cuan gratos eran a Dios los trabajos útiles de los hombres y el respeto y obediencia a las autoridades". Tras la charla les detalló el cometido de aquella atípica procesión y a continuación él mismo comenzó a cavar a mano un hoyo. Parece ser que convencidos por las palabras del religioso aquellos hombres y mujeres siguieron su ejemplo y comenzaron a cavar más hoyos. Días más tarde "...con otra igual solemnidad, hízose la plantación; las hileras de árboles fueron confiadas a la protección de los santos especialmente venerados en la localidad; y por último, interesaron el amor propio y la vanidad de las familias, encomendando a los jóvenes y a los niños la custodia de cierto número de árboles".

            A modo de conclusión cabe hacer una reflexión que se me ocurre sobre la marcha y tal cual redacto este texto. En el caso americano fue una cuestión más de filosofía y valores la que llevó a la creación de una sociedad civil, la Arborday Society, desde la cual se consiguió sensibilizar a la sociedad americana para fomentar el respeto, la admiración y la conservación del arbolado. En nuestro caso, a la vista de la información aportada por Joaquín Costa, para conseguir esos mismos objetivos, las herramientas empleadas fueron totalmente diferentes. En el primer caso fue necesario dar un cariz festivo al acto, comida incluida, para así conseguir una participación apropiada. En el segundo, las almas de los presentes debieron ser encomendadas a Dios para convencerles de que lo que se les pedía tenían que hacerlo sin falta. El elemento común en ambos casos fue la presencia de sendos religiosos como claros organizadores y promotores de las mismas. Es decir, cuando la concienciación no surge de forma espontánea ni tampoco sustentada en el hecho de que una cosa hay que realizarla por su interés, siempre queda el remedio de acudir a la religión para compensar la falta de convencimiento.





Fuentes y Bibliografía:

(1): El Arbolado y la Patria; Joaquín Costa, Madrid, 1912.


No hay comentarios:

Publicar un comentario