El respeto por los bosques tanto en nuestro país como en
nuestra provincia, nunca han constituido por sí mismos una virtud entre los
habitantes de ninguno de los dos sitios. Mucho se ha llegado a escribir a lo
largo del tiempo sobre los beneficios que la presencia de los árboles nos reporta
aunque los hechos han sido los que finalmente han mostrado que la realidad
cierta difiere bastante de la escrita. No han sido tantas las personas que en
la historia se han destacado por la defensa del árbol y del bosque. Más bien al
contrario. Ambos elementos, árbol y bosque, tanto de forma aislada como en su
conjunto, casi siempre han supuesto una molestia para los intereses del hombre.
Buscando en las hemerotecas no resultaría complicado encontrar ejemplos en los
que los árboles se han llevado la peor parte.
Retrato de época y firma de Joaquín Costa Foto: Archivo Cartagra |
Pero lejos de centrarme en esa vertiente negativa,
prefiero ser optimista y pensar en aquellos casos en los que el bosque ha sido
considerado positivamente. Y para ello no hace falta irse fuera de la provincia
pues aquí encontramos uno de los máximos defensores de estos vegetales. Tanto
es así que en 1912 publicó un libro dedicado en exclusiva a contar y relatar
los beneficios del árbol y del bosque desde muy diversas perspectivas. El Arbolado y la Patria (1) es el título
del mismo y en sus páginas, el montisonense convertido años después en
grausino, echa mano de infinidad de argumento con tal de demostrar su
beneficio. Muchos son los párrafos de sus páginas que destacan por su
expresividad o por su singularidad a la hora de defender tales favores. El
libro en su conjunto demuestra una sensibilidad exquisita y a mí personalmente
me parecen en gran medida planteamientos muy adelantados a su tiempo.
La escasez o bien directamente la falta de arbolado tenía
unas causas muy claras para Costa: "Las
torrenteras están en razón inversa de los bosques, como las tinieblas están en
oposición con el sol; son incompatibles: se descuaja al monte y al punto se
abren torrentes por doquiera, y por su cauce se precipita la tierra vegetal, y
los ríos se hinchan, inundan y devastan campiñas, matan hombres y animales...".
En otro punto deja ya bien claro que detrás de la desaparición de los bosques
se encuentra la mano del hombre como origen de la situación que describe:
"Talada la selva, con el criterio de
la gallina de los huevos de oro, asolado el monte bajo, acaso roturado el
suelo, queda este indefenso, sin el sostén de las raíces y la protectora
techumbre del ramaje, y los aguaceros lo arrastran al mar, engendrando el azote
de las torrenteras, desnudan la roca, y de camino levantan con los materiales
de acarreo el lecho de los barrancos y de los ríos, remueven de su asiento y se
llevan la principal despensa de los pueblos, los huertos, creados en sus
orillas por la labor perseverante de muchas generaciones."
Portada del libro aquí referido Foto: Archivo Cartagra |
Costa, buen conocedor de las consecuencias de las
crecidas y avenidas sufridas en diferentes ríos y ramblas del Levante español o
del Sistema Ibérico, tuvo muy claro por dónde pasaba una de las posibles
soluciones al problema de las crecidas: "...repuéblense los montes, y las torrenteras desaparecerán como por
encanto, y las antiguas fuentes, nuevamente surtidas, vuelven a manar. A menos
árboles, más torrentes; a más torrentes menos manantiales: esa es la cadena".
Al
mismo tiempo que decía lo anterior, reconocía las dificultades que implicaba
abordar aquella tarea. Calculaba el número de árboles plantados por el Estado
en las cunetas de las carreteras en poco más de un millón de árboles cuando
según sus cálculos pensaba que lo ideal era contar con nada menos que seis
millones. Puso como ejemplo en esos momentos el archipiélago canario donde
según alguna estadística del momento había por término medio "...93 árboles por kilómetro". En su
libro cita como la Cámara Agrícola del Alto Aragón en 1898, y la Asamblea
Nacional de Productores de Zaragoza en 1899, propusieron una medida idéntica
para que fuera se aplicara "...al
capítulo de reforma de los caminos carreteros y de herradura de la Península".
Ambos organismos propusieron que en los márgenes y cunetas se plantaran "moreras y árboles forrajeros" por
parte de los niños de las escuelas. El objetivo de emplear moreras no era otro
que el fomentar el cultivo de gusanos de la seda. Por su parte, el Colegio del
Arte Mayor de la Seda de Valencia también se había dirigido ya a los alcaldes
de esa provincia "...excitándoles a
plantar moreras en los caminos vecinales de su respectiva jurisdicción".
Según datos de ese colegio "Por cada
mil árboles, los criadores podrían obtener 300 arrobas de capullo, o sea un
producto líquido de cerca de 5.000 duros, y el ayuntamiento su parte por la
venta de la hoja". La idea de usas árboles forrajeros que imagino
serían del estilo del fresno o el olmo fue para "...multiplicar por todos los medios los recursos forrajeros del
agricultor".
En este apartado J. Costa incluyó alguna idea sobre la necesidad de acometer repoblaciones forestales. Foto: Archivo Cartagra |
Resulta evidente que en el planteamiento anterior primaba
la necesidad de poder obtener un beneficio directo y rápido con la plantación
de árboles. Ni Costa ni la propia sociedad del momento tenían todavía asumido
que las repoblaciones debían plantearse desde una planificación a medio
y largo plazo así como que las mismas debían estar exentas de proporcionar ningún beneficio inmediato. Sin
embargo y a pesar de lo dicho, Costa sí que llegó a apuntar de forma clara cuál
habría de ser el objetivo principal de las repoblaciones forestales: "El terreno suelto e incoherente, lo fijan
con sus entrelazadas raíces; el consolidado, impiden que lo disgregue y remueva
la fuerza erosiva de las aguas y lo arrastre al mar la violencia de los
aguaceros... Con sus raíces sujetan el suelo vegetal a la roca, y la roca a los
estratos subyacentes, por encima de los cuales resbalaría aquella más de una
vez (como se ha visto en Bisalibons, orillas del Isábena) llevando consigo
casas y cultivos, si no lo impidiesen esos benéficos auxiliares y conservadores
del orden del mundo".
Costa describió de esta manera un problema ya presente en
España el cual se incrementó de forma considerable en los siguientes años: la
erosión. El pensamiento de este aragonés sirvió en gran medida para dar a
conocer y sensibilizar tanto a la sociedad del momento como a sus políticos, sobre
las graves consecuencias de la falta del arbolado. Cabe recordar también que desde
aproximadamente mediados del Siglo XIX nuestro país contaba con un reducido
colectivo de ingenieros de montes quienes desde hacía ya bastantes años eran
perfectamente conocedores de este y otros problemas forestales. En la
elaboración del primer Catálogo de Montes de Utilidad Pública de nuestro país
se tuvo también muy en cuenta el problema de la erosión y así lo hicieron constar aquellos
profesionales forestales.
Este mismo autor apuntó también en este libro la posibilidad de realizar plantaciones populares por parte de los niños españoles, contemplándolas como una actividad más organizada por los propios maestros en sus respectivos colegios. Según él, aquella era una actividad, que si bien era diferente de la conocida Fiesta del Árbol instaurada en Estados Unidos, sí que compartían elementos comunes como era la promoción y plantación de arbolado. Pero esto será un asunto que se abordará con más detalle en el siguiente post...
Este mismo autor apuntó también en este libro la posibilidad de realizar plantaciones populares por parte de los niños españoles, contemplándolas como una actividad más organizada por los propios maestros en sus respectivos colegios. Según él, aquella era una actividad, que si bien era diferente de la conocida Fiesta del Árbol instaurada en Estados Unidos, sí que compartían elementos comunes como era la promoción y plantación de arbolado. Pero esto será un asunto que se abordará con más detalle en el siguiente post...
Fuentes y Bibliografía:
(1): El Arbolado y la
Patria; Joaquín Costa, Madrid, 1912.