lunes, 18 de noviembre de 2013

El factor humano (III)


          Cualquier trabajo, sea el que sea, debe contar necesariamente además de con una o varias cabezas pensantes encargadas del diseño y contenido del mismo, de muchas manos para poderlo ejecutar. Además, el número de estas siempre será proporcional a la envergadura y dimensiones de la obra que se piensa realizar. Es decir, cuanto más voluminosa o más complicada técnicamente hablando sea, mayor número de trabajadores habrán de ser necesarios para sacarla adelante. Y esta cuestión que bien podría ser considerada como una máxima, es perfectamente aplicable también al ámbito de los trabajos forestales que se abordan en este blog. Muy pocos trabajos u obras forestales se hubieran conseguido sacar adelante si no se hubiera contado con un número mínimo de trabajadores que garantizara su ejecución dentro de los plazos previstos. Sin esa mano de obra ni los ingenieros hubieran podido concluir su obra por muy completo y preciso que fuera su proyecto, ni los guardas habrían podido ejecutar su tarea de control y fiscalización de esos hombres.

Obreros realizando desmontes para construir terrazas siguiendo las curvas de nivel en las laderas de la cabecera del Barranco Arratiecho, hacia 1910. Foto: Colección Tomás Ayerbe
          Cada vez que se ha escrito o hablado sobre las diferentes obras de corrección hidrológico-forestal, el conjunto de los obreros implicados en las mismas ha sido generalmente el gran olvidado. Bien porque apenas se ha hecho referencia al mismo o bien porque directamente no se les ha mencionado. La intención de este post es precisamente evitar una vez más esa omisión y rendir a través del mismo, mi modesto reconocimiento a todos esos trabajadores forestales que a lo largo de muchísimos años intervinieron en las obras abordadas en este blog. Aun a pesar de las grandes diferencias que pudiera haber entre los proyectos originales de cada una de esas obras, en todos ellos siempre hubo una cuestión común. Era el apartado dedicado al personal a contratar y los jornales que a cada una de las categorías se debería pagar. Además, ese numeroso colectivo de obreros casi siempre estuvo organizado de una forma muy similar en la mayoría de obras.

Buyol usado para transportar agua 
en los trabajos forestales.
Foto: Archivo Cartagra

          Cuando los trabajos eran de mucha envergadura solía contratarse más de una cuadrilla de obreros, si bien cada una de ellas era empleada en cometidos diferentes dentro de la misma obra. La composición de cada una de ellas solía variar en cuanto al número de integrantes pero debían oscilar entre seis y ocho personas. Mientras, las cuadrillas que trabajaron en las repoblaciones forestales solían ser más numerosas llegando hasta la docena de individuos. Volviendo a las primeras y aclarado el número que las solían conformar hay que decir que su composición en cuanto a las categorías casi siempre correspondió también a un mismo perfil. En el puesto más básico se encontraba generalmente el pinche que solía ser al más joven de toda la cuadrilla. Su cometido principal fue el de aprovisionar de agua de boca a los demás integrantes de la cuadrilla. Para ello se ayudaba de un buyol o incluso de algún botijo en el que poder trasportar el agua de boca con la que saciar la sed de unos y otros. En muchos casos se trataba del hijo de alguno de los integrantes de la misma cuadrilla o en su defecto provenía del mismo pueblo de donde eran la mayoría de sus integrantes.

          La siguiente categoría, la de los peones, era la que tradicionalmente se encargaba de realizar algunos de los cometidos más duros. Entre ellos pueden citarse el amasado manual del cemento y el hormigón, del transporte de piedras en los balluartes -también llamados parihuelas- hasta el lugar donde habían de ser colocadas o acercar a los oficiales cuanta herramienta u objetos les solicitaran. Eran también los principales responsables de acometer el montaje y desmontaje de sencillos andamios; de achicar con pozales el agua que inundaba los cimientos pues para entonces no había ningún tipo de bomba mecánica que supliera esta labor o tener la herramienta siempre limpia y lista para su uso. En algunos casos también fueron los encargados de ejecutar las perforaciones en la roca para su posterior voladura. El empleo de métodos manuales para el barrenado de la roca resultó ser siempre muy lento y penoso. La llegada de las primeras barrenadores mecánicas aún tardaría unos cuantos años. El empleo de esta técnica implicó a su vez que para la siguiente fase fuera necesario al menos una persona que supiera colocar la dinamita y los detonadores correctamente. La mayoría de las cuadrillas no contaban con dicha persona por lo que era habitual que se trajera a alguien de otro lado. En cualquier caso, esta categoría era la más abundante dentro de cada cuadrilla pues como ya ha quedado dicho, fue la que más cometidos y funciones solía tener asignados, suponiendo generalmente más de la mitad de los integrantes de la cuadrilla.
Obreros realizando diferentes fases del trabajo de construcción de un dique en el Barranco Arás. El empleo de balluartes para transportar piedras entre dos se convirtió en un útil imprescindible en estos trabajos.
Foto: Archivo Cartagra
Obrero, pala y carretillo, otra combinación muy
habitual en las obras de hidrología de los 
cauces de la provincia de Huesca.
Foto: Archivo Cartagra

          Como última categoría encontramos a los oficiales. Estos solían dominar varias facetas como eran la albañilería y la cantería. La mayoría de los diques se construyeron usando piedras procedentes de una formación conocida como flysh muy abundante en el Prepirineo cuyas piedras tenían una forma paralelepípeda casi perfecta. A pesar de lo dicho, era muy habitual tener que retocar parcialmente muchas de ellas para lo cual se requería una experiencia y un conocimiento previo que sólo se obtenía con los años. Durante el primer cuarto de siglo XX los canteros de Biescas llegaron a alcanzar un gran fama y reconocimiento siendo muy buscados incluso al otro lado de la frontera. Muchos años más tarde, en la década de los sesenta, los canteros de Biescas y alrededores fueron masivamente contratados para las obras que se realizaban en la construcción de las pistas de esquí de Formigal. En los hoteles y edificios de nueva construcción la piedra fue un elemento muy empleado. Aquella circunstancia obligó a buscarlos fuera lo que permitió la llegada hasta la zona de canteros gallegos. Además, también se hizo necesario que la administración forestal igualara el jornal que pagaban en las obras del Valle de Tena para garantizarse la consecución de los canteros necesarios.  

          La única ayuda con la que contaron aquellos hombres en todo este tipo de obras, si es que así puede llamarse, fue la tracción animal. Es decir, gracias al uso de caballerías, bien fueran machos, caballos o burros, estos sirvieron para diferentes cometidos. En unos casos subieron cargados con sacos de cemento o bidones de agua hasta lugares de muy mal y largo acceso. En otros casos sirvieron para mediante el empleo de esturrazos arrastrar pesadas piedras que sería imposible moverlas ni a mano ni con la ayuda de balluartes. Hay que señalar también que no todo el mundo era capaz de desempeñar este trabajo. Unas veces era el caballo el que no obedecía al hombre mientras que otras veces era la persona quien no sabía dar las instrucciones correctas ni tampoco interpretar las reacciones del animal. Para evitar eso, siempre se contrataba juntos a la caballería y a su dueño pues de esa forma se garantizaba el buen funcionamiento de este binomio. A pesar del uso de estos animales de carga, las condiciones del trabajo siguieron siendo muy duras y exigentes para los hombres implicados en las mismas.
Caballerías provistas de esturrazos con los que conseguían arrastrar piedras de gran peso imposibles de mover a mano. Foto: Archivo Cartagra
          Donde verdaderamente se notaba si la cuadrilla contaba con unos buenos canteros era cuando el dique estaba a punto de ser concluido y mostraba ya acabados los diferentes mechinales. En estos amplios ventanales se requería el empleo de piedras trabajadas de forma muy diferente pues por un lado predominaban las terminadas en forma de esquina, y por otro, las semicurvas que conformaban el arco superior de cada mechinal que era el encargado de soportar y repartir el peso de la parte superior del dique. Tanto el ingeniero responsable del proyecto como el guarda encargado de esa obra sabían distinguir muy bien la calidad de esas piedras trabajadas por lo que enseguida comprobaban el grado de profesionalidad de los canteros. 
En la construcción de diques como este del Barranco Estiviellas es donde resultaban ser imprescindibles unos buenos canteros capaces de trabajar cualquier tipo de piedras. Foto: Fototeca DGB-INIA
          Al margen de las cuadrillas empleadas en la construcción de los diques, hubo también personal local que se empleó en otros cometidos como fue la construcción y mantenimiento de viveros forestales. Estas instalaciones resultaron ser básicas para poder ser autosuficientes y disponer de las plántulas necesarias para acometer las repoblaciones forestales. Estas fueron siempre el complemento imprescindible a la construcción de los diques pues eran la mejor forma de consolidar terrenos erosionados. Las tareas dentro de un vivero también fueron muy numerosas y variadas pues había que conseguir semillas de varias especies, sembrarlas en la época apropiada, atender a su riego, labores de escarda, de trasplantado, repicado, etc. Todas estas labores se realizaban de forma totalmente manual por lo que la mano de obra también resultó ser imprescindible.

Obreros en los trabajos de acondicionamiento del vivero de Arratiecho en Biescas, hacia 1910.
 Foto: Archivo Tomás Ayerbe

Guarda y obrero fueron las dos categorías que 
más interactuaron en los trabajos forestales. 
Foto: Colección Tomás Ayerbe.

            Por último me referiré a la persona que ejercía las funciones de responsable en cada una de las cuadrillas, independientemente que trabajara en la construcción de diques, en el mantenimiento de viveros o en las repoblaciones. En todas estas cuadrillas había un encargado que era quien respondía por todo el grupo a su cargo y que se constituía en el único interlocutor frente al guarda o al ingeniero. A él le correspondía comunicar el accidente o la baja de alguno de sus hombres, la supervisión del trabajo realizado diariamente o la reclamación laboral pertinente. En muchos casos era también a esta persona a quien se le pagaba semanalmente el importe total de los jornales correspondientes a los integrantes de su cuadrilla. Posteriormente, él se encargaba del reparto entre cada uno de los integrantes de su cuadrilla. En su relación con el Guarda Forestal no faltaron los roces y las desavenencias. En unos casos debió tener que soportar la arbitrariedad de la que pudiera hacer gala el Guarda Forestal. En otros, las disputas surgían sencillamente como consecuencia de unas condiciones laborales muy exigentes a cambio de unos jornales escasos que apenas permitían salir adelante a esos hombres y a sus respectivas familias.

          Fueron años de trabajos duros que requirieron un gran sacrificio por parte de aquella numerosa mano de obra y donde sus derechos debieron ser tan escasos como el de los jornales que cobraban. Donde la principal y única motivación de aquellos hombres, como siempre ha sucedido, no era otra que la de llevar un jornal a casa para intentar sacar la familia adelante. Por cierto, hubo trabajos en los que hasta los integrantes de la propia familia acabaron implicándose en el trabajo del cabeza de familia. Así quedó reflejado en una magnífica fotografía realizada a principios de siglo XX por Pedro Ayerbe en el Barranco de Arratiecho.
Familiares de los trabajadores en las obras del Barranco Arratiecho llevándoles la comida en cestas, hacia 1910.
 Foto: Archivo Tomás Ayerbe
          Sin duda alguna, sin la numerosa mano de obra, tanto local como foránea, todas las obras forestales acometidas en el norte de la pronvincia de Huesca no habrían podido ejecutarse. Sirvan estas líneas, como ya ha quedado dicho, para poner en valor y reconocer públicamente el papel jugado por este colectivo.








martes, 12 de noviembre de 2013

El factor humano (II)



       El siguiente colectivo al que me referiré en este post es el conformado por los Guardas Forestales. Se trata de un colectivo por el cual siento especial afinidad pues no en vano desde hace más de veintitantos años tengo la suerte de formar parte del mismo. Esos hombres jugaron un papel muy activo en todas las obras de hidrología que se realizaron en el Pirineo aragonés. Se trató en la práctica totalidad de los casos de hombres que vivían, si no a pie del tajo, sí muy próximos al lugar donde se ejecutaban los trabajos. Esa circunstancia siempre les supuso un doble compromiso. 
Aspecto de algunos Guardas Forestales de Huesca del primer tercio del siglo XX. Foto: Archivo Cartagra
          Por un lado, su residencia tan próxima al punto donde se ejecutaban los trabajos, le suponía una mayor responsabilidad en el caso de que surgiera cualquier problema. De suceder así, él debía estar informado lo antes posible de cualquier incidencia así como saber en todo momento como debía actuar. Por otro lado, esa misma proximidad a la obra, era la que hacía que su responsabilidad todavía fuera mayor frente al ingeniero. Estos hombres, en ausencia del ingeniero director de la obra, se convertían en los ojos de aquél. Debían comunicar rápidamente cualquier incidencia y lo tenían que hacer por escrito. Así pues, mientras le llegaban las nuevas instrucciones, también por escrito, él debía tener un plan alternativo en el que emplear al personal a su cargo para intentar minimizar el retraso.

Viejos teléfonos forestales en deshuso. Foto: Archivo Cartagra
           La ausencia de teléfonos durante la primera mitad del siglo XX les obligó en muchas ocasiones a tener que improvisar. Eso suponía que todos los que ocuparan el puesto de Guarda debían saber tanto leer como escribir. Hay que precisar que, remontándonos al periodo antes referido, en el medio rural todavía era relativamente común la existencia de personas analfabetas. Sobre una cuartilla de papel y dotados en muchos casos de una caligrafía casi ilegible, conseguían dar parte sobre el estado de las obras en cuestión. Eran cartas poco extensas, que apenas entraban en el detalle de las cosas y donde la líneas de texto no siempre aparecían horizontales ni equidistantes. En cambio, las cartas que recibían del puño del ingeniero presentaban un aspecto más pulido y una letra regular que ponían en evidencia la formación de unos y otros. La llegada de los teléfonos al mundo forestal supuso toda una serie de ventajas para el personal forestal. Alguno de los primeros aparatos fueron instalados en la casa forestal de Biescas. Pero su capacidad para saber escribir también les sirvió para llevar al día el libro de operaciones. Se trataba de una especie de libro diario en el que tenían que anotar el cometido del servicio realizado día a día. Ese libro era revisado periódicamente por el Ingeniero de Montes quien, a la vista del mismo, le hacía cuantas sugerencias creía oportunas. Seguro que no debieron faltar casos en los que se les recomendaría una mejor caligrafía.

Seguro que el caballo del malo era algo más lozano que
 el de este Guarda Forestal. Foto: Archivo Cartagra

     Pero donde aquellos hombres eran verdaderamente capaces de demostrar su valía era generalmente lejos de la pluma y del tintero. Pocos debían ser los ingenieros que una vez que echaban a andar, sobre todo si era ladera arriba, pudieran seguirles el paso. Sabedores de ese extremo y de su poca costumbre para caminar por tortuosos caminos, los ingenieros casi siempre solían desplazarse en alguna caballería local. El temple y la capacidad de esfuerzo siempre se encontraron entre las principales aptitudes de los guardas pues sin la primera condición era difícil que se diera la segunda. Algunos, los más afortunados, llegaron a disponer de una caballería, algún macho o yegua de escaso porte, que les facilitaba enormemente los desplazamientos. En algunos casos hasta se les llegó a pagar una pequeña cantidad de dinero para el mantenimiento de la caballería. La gran mayoría sin embargo siempre se desplazaron durante aquellos años a pie. Eso sí, acompañados de su tercerola o su carabina, un arma larga que durante el primer tercio del siglo XX se constituyó en una parte indisoluble de la imagen del Guarda Forestal por estos montes pirenaicos.

        A pie o a caballo, recorrieron tantas veces como fue necesario caminos y sendas que les llevaban hasta donde se realizaban las obras, hasta los viveros volantes instalados en medio del monte o hasta los lugares que fuera menester. Hablando de viveros hay que decir que en muchos casos alguno de estos hombres fue también el responsable del correcto funcionamiento de esta instalación. Esto quiere decir que él era el encargado de buscar la mano de obra necesaria para conseguir la optima preparación de la tierra del vivero, de la tierra de las eras o de la siembra en la época adecuada. En muchos casos también les tocó ir a buscar, solos o acompañados, semillas por los bosques de los alrededores. La obtención de planta suficiente para afrontar las repoblaciones previstas se debía en gran medida a la diligencia del Guarda Forestal de turno encargado de dicha instalación.
Guardas Forestales frente a las eras de un vivero de abeto en el monte de Canfranc. Foto: Archivo Cartagra
           Pero además de cuanto hasta ahora se ha señalado, los Guardas Forestales también participaban en otras fases de los trabajos de corrección hidrológico-forestal. Debían saber en qué parte del monte había buenos troncos de boj o de cajico así como salzeras largas para confeccionar los enfajinados; dónde poder extraer planchas de tasca para preparar encespedamientos sin provocar procesos erosivos irreversibles o dónde extraer buena piedra y con el menor esfuerzo posible. Todo este tipo de actuaciones que los ingenieros incluían en sus proyectos previos, de poco habrían servido si luego todo el material necesario hubieran tenido que traerlo desde lejos pues los presupuestos previstos habrían quedado rápidamente desfasados. Así pues, el conocimiento detallado que aquellos hombres solían tener del cuartel o montes que tenían asignados, resultó ser siempre una ventaja para la buena marcha de los trabajos.  

Guarda Forestal en el vivero de Arratiecho de 
Biescas hacia 1910. Foto: Archivo Cartagra.
          Aunque en verdad, sus cometidos iban más allá de los propios trabajos de hidrología pues de forma simultánea debían hacerse cargo de otras funciones y cometidos inherentes a su condición de agente de la autoridad. Tenían que tener un buen oído, tanto en el monte, el pueblo o en la tasca, para intentar averiguar quién había cortado unas vigas de pino escuadradas con astral que había localizado en el fondo de un barranco o de dónde había podido salir la leña con la que un fulano había recrecido el leñero de su casa. A falta de escopetas la gente siempre usó los lazos y la ausencia de cañas y vocación de pescador fino siempre se suplió con un buen tresmallo. Que los ganados locales o foráneos pastaran solamente en los lugares que podían hacerlo fue otro de sus cometidos habituales. En todas esas situaciones y otras muchas más, la perspicacia del Guarda Forestal siempre resultó vital para combatir al furtivo, el pastoreo ilegal o el robo de leñas y madera. Hubo muchos de aquellos hombres que supieron llevar aquella perspicacia mucho más allá y consiguieron llevar a la práctica aquél dicho de que el miedo guarda a la viña. Recurrieron a trucos como colocar una vieja chaqueta sobre una mata o una rama para que la meciera ligeramente el viento y bien visible desde lejos de forma que quien la localizara pensara que era el forestal en persona. Otros colocaban de forma precisa e intencionada ramas en los pasos estrechos para saber si alguien había transitado por esa senda o no.

            Y fue precisamente este cometido de carácter coercitivo el que siempre acarreó más de un problema a aquellos abnegados hombres. La incomprensión de unos, la necesidad de otros, la avaricia de unos pocos o las duras condiciones de vida durante aquellos años, siempre jugaron en su contra. En el ámbito de los trabajos de hidrología abordados hasta ahora y en la documentación consultada para su confección, no me ha aparecido ninguna situación de acoso o persecución sobre estos hombres. Pero desgraciadamente, la historia de este colectivo está salpicada de tales situaciones. También de otras aún más graves como han sido las numerosas agresiones que se han llegado a producir y que en más de un caso hasta supusieron la muerte del agredido (1). Ni la bandolera de cuero cruzada sobre su pecho en la que portaba una chapa de bronce con la inscripcción de Guarda Forestal y el organismo al que pertenecía, ni el arma larga que tenían asignada, sirvieron en algunos casos para evitar dichas agresiones.
Guardas Forestales de la 6ª División Hidrológico-Forestal destinados en Biescas. 
Foto: Colección Tomás Ayerbe

         Obviamente, y como pasa en todos los colectivos, también quienes se aprovecharon de su condición y no dudaron en abusar de ella. Hubo quienes se convirtieron en redomados furtivos que persiguieron alimañas para vender sus pieles o quienes no tuvieron ningún reparo en hacer leña donde se les antojara. Pero qué le vamos a hacer, las sombras del bosque dan cobijo a todos y dentro de él sólo cada uno es reponsable de sus actos. Pero al margen de lo dicho, la trayectoria de este colectivo ha cumplido ya más de 135 años en los que ha demostrado una dedicación y una capacidad increible. Se trata sin lugar a dudas, de uno de los colectivos más vocacionales de cuantos conozco y eso acaba dejándose notar en la labor realizada. A muchas personas el bosque no les deja ver el árbol. Estos hombres sin embrago, con su defensa del árbol siempre perseguieron como objetivo final alcanzar un aumento del bosque.
Hombres anónimos que con su abnegada labor contribuyeron a la ejecución de numerosas obras forestales.
Foto: Archivo Cartagra
          A modo de conclusión y aprovechándome de mi condición de ser parte interesada, quiero concluir este post haciendo un reconocimiento publico a la labor abnegada, constante y discreta de estos hombres. Hombres que pertenecieron a un colectivo no siempre justamente valorado y que desempeñó su cometido en unas circunstancias que en poco o nada se parecen a las actuales. Guardas Forestales que debieron serlo aun a pesar de la incomprensión de la mayoría de la población rural y de la sociedad española en general. Los más de 136 años de existencia de este colectivo bien se merecen un respeto de la actual sociedad. Esta es mi pequeña y personal aportación. Quien quiera conocer con más detalle cualquier aspecto sobre la historia de este colectivo lo tiene fácil. Puede hacerlo consultando el libro que se incluye en la reseña bibliográfica inferior, el cual dá la casualidad, lo escribí yo mismo tras más de diez años de investigación.


Fuentes y bibliografía:

- (1): La Guardería Forestal en España; Carlos Tarazona Grasa. Editorial Lumwerg; Madrid, 2.002

miércoles, 6 de noviembre de 2013

El factor humano (I)

          Todas las obras descritas hasta ahora son sólo una muestra del total de las que se llegaron a efectuar en el norte de la provincia de Huesca a lo largo del último siglo. Como ya ha quedado dicho, la mayoría de ellas fueron ejecutadas básicamente por la administración central a través de dos organismos autónomos, la 6ª División Hidrológico Forestal (6ª DHF) y el Patrimonio Forestal del Estado (PFE). Aún hubo otra serie de obras ejecutadas por otro nuevo organismo, el ICONA, sucesor del PFE. Durante los últimos años, algunas de estas obras fueron ejecutadas por el Gobierno de Aragón en colaboración con la administración central. Los beneficiosos efectos conseguidos por estas obras, tanto por sí solas dentro de su cuenca respectiva, en su conjunto dentro de un mismo cauce, como la totalidad de las ejecutadas entre todas las cuencas afectadas, son muy difíciles de valorar. A pesar de lo dicho hay interesantes iniciativas que buscan una método óptimo para conseguir una valoración eficaz y proporcionada, basada en unos criterios claros y bien definidos (1). Dejaré que sean otros quienes se encarguen de trabajar en esa línea pues debo reconocer que dicha cuestión queda fuera de mi alcance.

Portada de uno de los múltiples proyectos 
redactados por los ingenieros de montes.
Foto: Archivo Cartagra
            Mi intención aquí y ahora, mucho más modesta, se limitará a hablar algo sobre el imprescindible componente humano que hubo detrás de todos los trabajos referidos en anteriores posts. Se tratará de una valoración totalmente ajena a las cuestiones técnicas o ingenieriles contempladas en los proyectos de esas obras. Simplemente me planteo resaltar el papel desempeñado por los diferentes colectivos que participaron de una forma activa en los mismos. Creo que el cometido realizado por esos hombres siempre ha sido infravalorado y pocos han sido quienes les han dedicado un mínimo de tiempo a su recuerdo y por su puesto a su reconocimiento.

            Este personal al que hasta ahora me he referido se puede clasificar perfectamente en tres grandes grupos a tenor de sus cometidos, claramente definidos para todos ellos. En primer lugar encontramos a los ingenieros de montes quienes fueron siempre los máximos responsables de los diferentes proyectos. Le siguió el colectivo conformado por los guardas forestales que se constituyeron durante muchos años en los ojos de los ingenieros cuando estos estaban ausentes de las obras. En último lugar se encuentra el más numeroso en cuanto a individuos se refiere que fue el compuesto por los obreros y las diferentes categorías que entre ellos existieron. Sin la participación de todos ellos, de una forma jerarquizada, coordinada y con unos cometidos tan claramente definidos, podemos estar bien seguros que los resultaos obtenidos no hubieran sido para nada los mismos.
 
            Siguiendo el orden más lógico, comenzaré refiriéndome a los Ingenieros de Montes. Todos ellos estudiaron en la Escuela Especial de Ingenieros de Montes de Madrid, la única que existió en España durante muchos años. Años más tarde se creó, también en Madrid, la Escuela de Ingenieros Técnicos Forestales, los cuales también participaron de forma activa. Gracias a los conocimientos de unos y otros se llegaron a redactar infinidad de proyectos en los que se plasmaron las diferentes actuaciones a realizar con el objetivo último de corregir, hidrológicamente hablando, numerosos cauces.  En esos proyectos contemplaron también otra serie de obras y trabajos de vital importancia para conseguir el anterior fin, como fueron las repoblaciones forestales sobre laderas descarnadas o apertura de caminos.

Promoción de ingenieros de montes en 1887. Pedro Ayerbe es el primero sentado por la derecha. 
 Foto: Colección Tomás Ayerbe

             Pero sin lugar a dudas, quienes más difícil lo tuvieron fueron aquellos a los que les tocó abrir brecha. Y como no puede ser de otra manera, entre aquellos pioneros es obligado citar los nombres de los aragoneses Pedro Ayerbe y Benito Ayerbe. A ambos dos les tocó hacer frente a sendos proyectos, a cual más comprometido. Al primero se le encomendaron los trabajos de corrección hidrológico forestal de la Cuenca del Río Gállego. Los cauces del Barranco Arratiecho y el Barranco Arás son los dos mejores ejemplos de su buen hacer. A su primo Benito le tocó garantizar la integridad de la estación internacional de ferrocarril que se había de construir en el llano de Los Arañones, cerca del pueblo de Canfranc. Los diferentes barrancos que rodeaban esa zona durante el invierno se convertían en verdaderas lanzaderas por donde descendían ingentes cantidades de nieve en forma de aludes muy destructivos. Fruto de su gran capacidad observadora sobre los fenómenos naturales, Benito diseñó un nuevo tipo de dique hasta entonces desconocido. Fue él quien inventó el dique vacío y que tan buenos resultados dio en la contención de aludes.

Ingeniero desconocido tomando notas de 
campo para redactar el posterior proyecto.  
Foto: Archivo Cartagra  


           Aún hay que señalar un nuevo miembro de la saga de los Ayerbe. Se trató de José María Ayerbe Vallés, hijo de Pedro Ayerbe. Este fue en gran medida el encargado de continuar con la labor realizada tanto por su padre  como por Benito Ayerbe. Él se encargó del diseño, proyección y ejecución de obras de contención de aludes tanto en el entorno del Balneario de Panticosa como de la estación internacional de Canfranc. De su puño salieron proyectos como el de la defensa contra aludes del Balneario de Panticosa, en 1955, o el de la mentada estación de ferrocarril años atrás, en 1947.
 
            Pero hubo muchos más ingenieros de montes que desempeñaron su labor en esta provincia de forma discreta a la vez que constante. Mariano Borderas, quien tomó el relevo de Pedro Ayerbe en los trabajos del Barranco de Arás, o Genaro Brun quien hizo lo propio cuando en 1938 murió Borderas. Algo similar sucedió en 1917 a raíz de la muerte de repentina de Benito Ayerbe y fue un joven ingeniero llamada Florentino Azpeitia quien continuó con su labor. Tampoco hay que olvidar a otro abnegado ingeniero a quien le cediera el testigo José María Ayerbe. Me estoy refiriendo a José María Ruiz Tapiador quien años más tarde sería nombrado responsable de la Brigada de Hidrología de Huesca. De esta misma época, década de los sesenta del pasado siglo XX, también hay que recordar otros nombres como los hermanos Carlos y Antonio Revuelta Salinas o Jaime Jordán de Urriés y Azara. Por lo que se desprende de la documentación consultada hasta la fecha en diferentes archivos (2), mención especial merecen otros dos hombres pues durante los años de máximo apogeo del Patrimonio Forestal del Estado, se mostraron como unos de los ingenieros más activos y prolíficos de su momento. Me estoy refiriendo a Miguel Navarro Garnica y a Alfonso Villuendas Díaz.

 






 
















 
A la izquierda y de arriba a abajo, las firmas de los tres Ayerbe: José María, Benito y Pedro. Arriba a la derecha la de Mariano Borderas y abajo a la derecha la de José María Ruiz Tapiador. Fotos: Archivo Cartagra
         A buen seguro que se me quedan un buen número de ingenieros de montes y ayudantes en el tintero pero debo matizar que tampoco aspiro a enumerar a todos cuantos trabajaron a lo largo de tantos años en esta provincia. Simplemente pretendo rendir un homenaje a este colectivo de la misma manera que en los próximos posts lo haré con los otros citados al principio del presente.
Los Ayerbe en el centro, junto al Director General de Agricultura del momento, D. Texifonte Gallego (a la izda.), durante la visita realizada al dique nº 3 del Torrente Epifanio, dentro de las obras de correción de la estación de Canfranc. Foto: Archivo Tomás Ayerbe 

 
 
Fuentes y bibliografía:

- (1): Criterios cuantificadores para evaluar los efectos de las restauraciones efectuadas en las cuencas de montaña del Pirineo Aragonés en la primera mitad del siglo XX; Fábregas Reigosa, S., Mintegui Aguirre, J.A., Fábregas Reigosa, J.I., Hurtado Roa, R., Robredo Sánchez, J.C. y  Huelín Rueda, P.
 
- (2): Archivo Histórico Provincial de Huesca y Archivo del Servicio Provincial de Agricultura, Ganadería y Medio Ambiente del Gobierno de Aragón en Huesca.


El Barranco Oliván

         Se trata del último afluente sobre la orilla izquierda del Río Gállego que aquí abordaremos. El primer "reconocimiento forestal" de la cuenca del Barranco de Oliván fue efectuado en mayo de 1927 por un ingeniero de montes, el Sr. Carrera. Este hombre realizó en esas fechas el estudio general de la Sección 2ª de la cuenca del Río Gállego. Aquella Sección 2ª la dividió en tres perímetros quedando toda la cuenca del Barranco Oliván comprendida dentro del Perímetro III. Las propuestas de trabajos a realizar en esa Sección 2ª contemplados por el ingeniero Carrera no fueron tenidas en consideración por los responsables de la Dirección General de Montes y fueron archivadas. No se han podido saber las razones pero es muy posible que se priorizaran las actuaciones en otros cauces donde las mismas debían ser más urgentes. 

            Pero aquella situación fue temporal pues nueve años más tarde la situación cambió. El motivo de que aquél cambio hay que buscarlo en el escrito que recibió el Ministerio de Fomento en Madrid. El mismo lo suscribieron los Alcaldes-Presidentes de los Ayuntamientos de Barbenuta, Bergua-Basarán y Cortillas. Aquellos hombres pidieron "...la urgente ejecución de los trabajos necesarios para consolidad los edificios del poblado de Berbusa y para restablecer el tránsito por el camino que enlaza a dichos pueblos entre sí y a todos con Biescas". A raíz de dicha petición los responsables de la 6ª División Hidrológico Forestal (6ª DHF) encargaron al ingeniero de montes, el Sr. Brun, el estudio y confección del proyecto de trabajos necesarios para evitar el derrumbamiento de algunas casas de Berbusa. Los propios responsables de la 6ª DHF, una vez supervisado el anterior informe, concluyeron con una afirmación categórica al señalar que "...serían de nulo o escaso valor si no se consideraban como parte integrante del sistema total de corrección de la cuenca del Torrente Oliván, que es unidad hidrográfica indivisible, y que por consiguiente ha de serlo también en cuanto a su estudio y corrección".
        Aspecto del tramo final del Barranco Oliván desde Soprevilla desde donde se aprecia el Puente del Patrimonio.  Foto: Archivo Cartagra
            A pesar de lo dicho, el informe confeccionado por el Sr. Brun fue remitido a la Sección 3ª del Consejo Forestal para que este emitiera su opinión. Dicho consejo echó por tierra las esperanzas que se habían depositado en ese informe al recoger que "...no halla en él base suficiente para proponer la concesión de créditos y ejecución consiguiente inmediata, siendo necesario que, como servicio preferente, se estudie en detalle las obras que exijan la consolidación de los terrenos en que se asientan el camino interrumpido y el caserío de Berbusa amenazado de ruina y con cuyo detalle, sea redactado el proyecto respectivo que se elevará a la Superioridad dentro del plazo más breve...". Aquél informe contó con el beneplácito del Director General de Montes con fecha 14 de mayo de 1936.
            Así pues, el siguiente paso que se dio fue la redacción del proyecto con el fin de corregir las graves erosiones existentes en el Barranco del Lugar. Así era como se llamaba a este afluente del Barranco Oliván el cual partía el pueblo de Berbusa en dos barrios. Según aquél documento, la obras necesarias suponían un montante de 40.448,46 Pts y fue remitido para su aprobación por parte de la Dirección General de Montes un 12 de junio de 1936. El estallido de la Guerra Civil impidió su aprobación y este proyecto quedaría paralizado de forma indefinida. El mismo fue retomado años más tarde pues se ha podido verificar que las obras a ejecutar sobre este cauce quedaron aprobadas con fecha 7 de febrero de 1951. Sabemos que el presupuesto total de las mismas ascendió a 175.874,77 de las que 95.992,48 Pts se dedicaron a los jornales de los obreros, 19.800 Pts a los jornales de las caballerías que serían necesarias y otras 44.521,47 a materiales. A pesar de lo dicho tales obras nunca llegaron a ejecutarse. Paradójicamente, sí que se han localizado hasta tres documentos diferentes fechados en 1951 por los que el Director General de Montes autorizó el libramiento de tres cantidades diferentes hasta alcanzar el montante antes señalado. Sin embargo no se ha podido aclarar el motivo por el que las obras finalmente no se llegaron a ejecutar o dónde se invirtió el dinero aprobado y librado para tal fin. Las obras previstas en ese barranco consistían en la construcción de diferentes muros de mampostería hidráulica: Uno de 40 m de largo y 6 m de alto; otro de  30 m de largo y 2,5 m de altura; cuatro muros de consolidación de laderas de 10 m de longitud  y 4 m de altura y por último la repoblación con especies arbustivas de una hectárea.
Aspecto que presentaban las laderas que daban al Barranco del Lugar y la peligrosa ubicación de algunas casas de Berbusa. También se aprecian las paredes transversales de piedra construídas por los vecinos para sujetar y 
estabilizar la ladera. Foto: Archivo Cartagra

            Además, en julio de 1948 los responsables del Patrimonio Forestal del Estado (PFE) ya habían decidido retomar el proyecto global para toda la cuenca del Barranco Oliván. La intención de los mismos pasaba por redactar un nuevo proyecto que contemplara tanto las obras de corrección como las de repoblación forestal que fueran necesarias ejecutar a lo largo y ancho de esta cuenca. Para la elaboración de ese proyecto se contó con la ayuda de un alumno de la Escuela Especial de Ingenieros de Montes venido desde Madrid llamado Jaime Vigón Sánchez. Él se encargaría de la redacción de dicho trabajo en calidad de proyecto de final de carrera. (1)

            El Plan General de Corrección incluido en este proyecto adelantó de forma inequívoca por donde habrían de ir las líneas de trabajo del PFE en los años siguientes: "Para lograr el fin que perseguimos, el único medio verdaderamente eficaz y duradero, ya que los demás son tan solo un complemento, es la creación de masas de monte alto en espesura normal...". Además de las obras de hidrología propiamente dichas como eran los diques, las repoblaciones forestales pasarían a convertirse en muy poco tiempo en el otro gran eje de actuación por parte del PFE. La superficie a repoblar dentro de la cuenca del Barranco Oliván fue de 1.095 Ha de las que 208 Ha se repoblarían mediante siembra de bellotas de Quercus sessiliflora y otras 709 Ha con plantas de pino silvestre. Estas se plantarían de tres en tres en cada hoyo y estos se distribuirían en tresbolillo hasta alcanzar una densidad de 2.500 hoyos/Ha. También se contempló la plantación con diferentes especies de frondosas en otras 178 Ha. De la superficie total a repoblar resultaba que había 181,2 Ha que eran de propiedad particular. Este proyecto contempla abierta y claramente como forma para conseguir repoblar esa superficie, adquirirlas mediante el procedimiento de expropiación. De esta forma queda también recogido en este proyecto otra de las principales herramientas de las que echaría mano el PFE para conseguir sus objetivos. No obstante hay que recordar aquí que esa forma de adquirir terrenos sobre los que plantar ya había sido contemplada previamente en la propia ley de creación del PFE. Las consecuencias originadas por esta combinación de herramientas, repoblaciones forestales y expropiaciones, serán abordadas en futuros posts. 

Ubicación en plano del dique sobre el Bco. Pasata. Archivo Cartagra

            Pero el proyecto de este alumno incluye también algunos datos que resultan curiosos. Inicialmente contempló la repoblación de nada menos que 461 Ha con alerce, la mitad ubicadas sobre solano y la otra mitad en paco. Tras la supervisión del mismo, el empleo de plantas de alerce fue sustituido por el uso más lógico y apropiado para esta zona como era el pino silvestre. Dentro de los trabajos de fijación contempló el uso de palizadas y enfaginados, técnicas estas que ya habían sido empleadas en otros cauces como el Barranco Arás o el de Arratiecho. Propuso que para los piquetes de las palizadas se empleara madera de boj "...con objeto de darles mayor resistencia...". Los piquetes sería entrelazados con sargas y dada la abundancia de una especie y otra "...los materiales para su construcción se tomarán directamente sobre el terreno, con lo que conseguiremos reducir su coste a un mínimo".


Vista del dique superior del Barranco Oliván y caseta para guardar
 material y herramienta, hacia 1970. Foto: Archivo Cartagra

            Además de las repoblaciones forestales, este proyecto contempló la construcción de hasta nueve diques diferentes que en su conjunto suponían casi 15.000 m³ de mampostería hidráulica. Dada la longitud de este cauce se contempló también la necesidad de construir hasta 8 km de caminos para facilitar el acceso de diferentes materiales hasta la ubicación de cada uno de los diques previstos. Al mismo tiempo observó trabajos de mejora sobre caminos ya existentes en otros 13 km más. Todos ellos deberían tener una anchura de un metro y permitir que por los mismos circularan caballerías con carga sin ningún problema. Debido a la "...reducida capacidad para alojar obreros de los pueblos existentes en ella, y a la distancia a que éstos se encuentran del curso del torrente y en general de todos los puntos en los que han de llevarse a cabo..." este proyecto contempló también la construcción de albergues para los obreros así como almacenes para depósito de herramientas y materiales. Según dicho documento se planteó la construcción de hasta cinco albergues diferentes y "...dado que han de cumplir una misión puramente transitoria, se construirán de madera, recubierta en sus paredes laterales con adobes y en su cubierta con cartón embreado y estarán provistos de una puerta y dos ventanas". Era junto a estos albergues donde se tenía prevista la construcción de los almacenes referidos. La práctica nos dice que finalmente la mayoría de los obreros que trabajaron en esas repoblaciones acabaron alojándose de forma precaria en casas abandonadas de Berbusa y Basarán principalmente. Otros también se alojaron durante algunas campañas en los yerberos de varias casas de Oliván (2). 

            Lamentablemente, el proyecto hasta ahora seguido está incompleto por lo que no se ha podido consultar ninguno de sus planos. Esto impide saber con certeza gran cantidad de información como es la ubicación exacta de los nueve diques previstos o la de los albergues para los obreros. Tampoco se puede precisar cuáles eran las zonas donde se preveían realizar las principales repoblaciones forestales.

Carátula del proyecto original del dique
en Bco. Pasata. Foto: Archivo Cartagra
            Sin embargo sí que se ha podido localizar un proyecto posterior, de abril de 1966, en el que se contempla la construcción de un dique sobre un afluente del Barranco Oliván. Fue redactado por el ingeniero Carlos Revuelta y afectó al Barranco Forcos dentro del término de Oliván. Hay que aclarar antes de nada un pequeño error pues el nombre correcto de este cauce es el de Barranco Pasata, el cual presenta una cuenca de recepción pequeña de tan sólo unas 50 Ha. A pesar de lo dicho, el problema radicaba en que poco antes de desembocar en el Barranco de Oliván, una pista forestal cruzaba transversalmente su cauce. Y no era una pista cualquiera pues se trataba de la pista abierta en 1961 la cual ascendía hasta la Cruz de Basarán. En ese entorno el PFE había adquirido en los últimos años unas 2.400 Ha y consorciado hasta esa fecha otras 300 Ha más. En el monte de Basarán ya se había comenzado a repoblar en 1954, en Casbas en 1952, en Berbusa un año más tarde mientras que en Ainielle se comenzó en 1957. Para mediados de 1966 ya se habían repoblado en la zona unas 2.000 Ha. Además, aún quedaban por comenzar los trabajos de repoblación del monte de Cillas que lo hicieron ese mismo año.

            En ese contexto, resulta que cada vez que llovía de forma moderada a fuerte, las aguas del Barranco Pasata arrastraban gran cantidad de áridos de tal forma que la pista ubicada al final de su trazado quedaba totalmente cortada. Aquellos cortes frecuentes suponían un serio contratiempo para todos los trabajos que el PFE realizaba valle arriba, tanto repoblaciones como construcción de diques o apertura de pistas forestales. Así pues se consideró que la mejor manera de solucionar aquél problema y otros de mayor envergadura que podían llegar a presentarse, era la construcción de un dique sobre su cauce: "La construcción de un dique en el lugar que proponemos asegurará la ladera impidiendo su corrimiento y por tanto cesará la principal fuente de arrastres. La corrección de este torrente permitirá el paso libre por la pista de Basarán y se impedirá un progreso en la erosión que podría ser catastrófico para la integridad de la pista y del poblado de Oliván" (3). Además, esa misma pista era por la que los ingenieros del PFE tenían previsto extraer la madera procedente de los aclareos de las repoblaciones cuando llegara el momento de efectuarlas. Queda claro que se trataba de una pista estratégica para los intereses de este organismo forestal por lo que no dudaron en intentar solucionar de raíz cualquier problema que pusiera en peligro el buen funcionamiento de la misma.
Diseño del dique previsto según el proyecto de 1966. Foto: Archivo Cartagra
Vista del mismo dique en 1971 al poco de finalizar las obras. Foto: Fototeca INIA
            El conjunto de la obra propuesta alcanzó un volumen total de 150,87 m³, el empleo de 45 kg de dinamita, 140,8 m³ de arena, 1.299,20 kilos de cemento portland o 163 m³ de mampostería hidráulica para forrar el dique de cemento armado. El montante total de esta obra ascendió a 152.102,52 Pts donde los jornales supusieron la partida más importante, nada menos que 103.072,68 Pts. Los salarios tras ocho horas diarias de jornada en función de las categorías fueron los siguientes: Capataz, barrenero y encofrador: 220 Pts (27,50 Pts/hora); Albañil: 300 Pts (37,50 Pts/hora); Peón: 180 Pts (22,50 Pts/hora); Pinche: 100 Pts (12,50 Pts); Caballería: 240 Pts (30 Pts/hora).

            El interés antes referido en esta pista forestal queda también de manifiesto en el puente que el PFE construyó en 1961 para atravesar el cauce del Barranco de Oliván. Se trató de una obra mixta entre un puente y un pequeño dique, de tal forma que su construcción también sirvió para reducir la pendiente de este cauce. Con ello se pretendió garantizar la integridad de un tramo de pista de unos 300 m que discurría paralela y a la misma altura que las aguas del Barranco Oliván. Cabe señalar que hasta la fecha no se ha podido localizar ninguna documentación sobre esta obra.  
Aspecto de la construcción del puente sobre el Barranco Oliván en 1961. Foto: Archivo Cartagra
            En la actualidad este barranco presenta a lo largo de su cauce tan sólo tres diques hidráulicos de primer orden frente a los nueve que llegaron a ser contemplados en el proyecto inicial localizado y aquí comentado. Estos se ubican en el tramo final del Barranco de Oliván, uno por encima del puente antes citado y otros dos por debajo del mismo y a la altura de pueblo de Oliván. A estos tres hay que añadir uno más, el también aquí mentado que se construyó sobre el Barranco Pasata.
    Vista aérea del tramo final del Barranco Oliván con la ubicación de los diques y puente construídos.                   Foto:Archivo Cartagra

           
Bibliografía y Fuentes:
-(1): Proyecto Corrección del Torrente Oliván; Archivo Servicio Provincial Agricultura, Ganadería y Medio Ambiente de Huesca.
-(2): Piedras y Penas en tiempos del Patrimonio. Carlos Tarazona Grasa; Oliván, 2007.
-(3): Patrimonio Forestal del Estado; Servicio Hidrológico Forestal. Proyecto construcción dique de mampostería en el Barranco de Foscos; Zaragoza, abril de 1966. Archivo Servicio Provincial Agricultura, Ganadería y Medio Ambiente de Huesca.