A la conclusión de la contienda civil España quedó en una delicada situación económica y social. Se destruyeron ciudades e industrias pero también pueblos completos donde desaparecieron sus reses, sus caballerías y hasta los aperos. La vuelta a la normalidad costó proporcionalmente mucho más en el medio rural que en las ciudades donde pudieron acceder con más facilidad a los jornales que se invirtieron en su reconstrucción. Mucha gente de los pueblos desistió de recuperar sus dañadas casas y emigraron a ciudades próximas e incluso lejanas. Quienes se quedaron en los pueblos debieron comenzar prácticamente desde cero ayudando a levantar otras casas y, si disponían de recursos, emprendiendo la reconstrucción de su propia casa. Aquellos años de la posguerra resultaron ser duros de verdad en todo el país aunque especialmente en el sur de España. La falta de trabajo en los grandes latifundios permitió que durante un tiempo, grandes grupos de personas sin trabajo se agruparan diariamente en la plaza del pueblo o en algún otro punto céntrico de muchos pueblos. Allí pasaban la jornada a la espera de recibir alguna noticia de algún lugar donde necesitaran peones para el trabajo que fuera. Sin embargo, los días discurrían y esta noticia nunca llegaba por lo que la falta de un mísero jornal sólo conseguía exacerbar la paciencia de esos hombres. Aquella situación se debió prolongar en el tiempo de tal forma que los gobernantes de la época llegaron a observarla con seria preocupación pues temían que pudiera dar lugar a imprevisibles movimientos sociales, críticos ante aquella falta continuada de trabajo. Ante tal coyuntura los responsables político-militares del momento se vieron obligados a pensar alguna fórmula para mantener ocupado aquél importante flujo de desempleados para de esa manera, desactivar cuanto antes un posible y cada vez más cierto riesgo de sublevación.
Cuadrilla repoblando ante la atente mirada del Guarda Forestal en el monte de Castiello de Jaca. Foto: Archivo Cartagra |
Pero la solución, más sencilla incluso de lo previsto, no tardaría en llegar. Antes del inicio de la guerra ya se había creado el Patrimonio Forestal del Estado (PFE) si bien su puesta en marcha quedó relegada debido al inicio de la Guerra Civil . Una vez concluida la misma los gobernantes del momento decidieron retomar cuanto antes su puesta en marcha y por ello, en mayo de 1941, aprobaron el reglamento que habría de concretar el funcionamiento de este organismo. Tanto la ley de creación del PFE como su propio reglamento dejaron bien clara la intención de aquél régimen dictatorial de poner en marcha una decidida política forestal. Dentro de la misma y como ya hemos ido viendo en anteriores entradas, las repoblaciones forestales iban a jugar un papel más que destacable. La numerosísima mano de obra que sería necesaria para poder realizar las plantaciones propiamente dichas, resultó determinante para dar empleo aunque sólo fuera temporalmente, a aquél elevado número de personas desempleadas. Aquellos planes se vieron favorecidos en gran medida por el hecho de que tales trabajos no podían ejecutarse de forma mecanizada sino todo lo contrario. A pesar de que la fase de apertura de fajas se hizo durante los primeros años con la ayuda de la tracción animal de las yuntas de bueyes, el resto de tareas sólo podían hacerse manualmente y estas requerían el empleo numerosa mano de obra.
Pero aquellos trabajos forestales no afectaron por igual a todas las regiones del país, más bien al contrario. Las repoblaciones forestales se centraron en algunas áreas geográficas mientras que en otras su incidencia fue bastante menor. Aquellas circunstancias permitieron situaciones paradójicas como las presentadas durante buena parte de la década de los sesenta del siglo pasado en nuestra provincia. Aquí, durante el invierno hubo bastantes años en los que la mano de obra local disponible resultó ser insuficiente para cubrir la gran demanda que originaron las plantaciones forestales. Tal fue aquella escasez de mano de obra que los responsables del PFE tuvieron que buscar por su cuenta soluciones para paliar tal carestía. Esa demanda llegó a fijarse del orden de 200 a 300 obreros cada temporada de plantación. Finalmente su solución pasó por alquilar autobuses y fletar viajes hasta tierras andaluzas. En muchos casos se llegaron a contratar autobuses que viajaron hasta distintos puntos de provincias como Jaén o Málaga. Concretamente a Mijas (Málaga), el PFE organizó durante años sucesivos viajes en los que se desplazaban desde Huesca capital hasta dos autobuses vacíos. Una vez en Mijas acudían a la plaza del pueblo donde se concentraban más de un millar largo de hombres desempleados. Allí, con la ayuda de un manijero que solía ser una persona del pueblo que ya había trabajado la campaña anterior con el PFE, se hacía una selección de los hombres que mejor podrían adaptarse al trabajo previsto. Una vez los autobuses llenos con un centenar escaso de hombres se emprendía viaje de regreso a Huesca. Nada más llegar aquellos hombres eran repartidos entre las diferentes repoblaciones que preveían realizar ese invierno y repartidas por distintos montes de la provincia. Cabe decir aquí que la elección de Mijas para ir a buscar obreros tampoco fue casual del todo pues según ha podido saber, en aquellos años era el pueblo con la renta per cápita más baja de toda España (1).
Autobús similar al que usaría el PFE para traer trabajadores
desde el sur del país. Foto: Archivo Cartagra
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Yunta de bueyes abriendo fajas en el monte de Isín hacia 1960. Foto: Archivo Cartagra |
Fuentes y Bibliografía
- (1): Pinos y Penas en tiempos del Patrimonio; Carlos Tarazona Grasa, 2006.
- (2): Seguramente sería aquella ola de frío conocida como "la remonta".
- (3): Archivo Fondo Documental del Monte; Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente.