lunes, 24 de octubre de 2016

Montfalcó



          Seguramente que para muchos de los seguidores de mi blog este pueblo será un gran desconocido y posiblemente no acierten ni tan siquiera a ubicarlo en la geografía oscense. No es de extrañar pues se ubica en la Ribagorza más profunda y muy próximo a tierras catalanas. Pero su trayectoria en bien poco difiere a la seguida por otros pueblos aquí mostrados.


         Montfalcó se ubicaba en la cabecera del proyectado embalse de Canelles el cual había de ser construido por la hidroeléctrica ENHER. Buena parte de sus habitantes ya habían marchado para 1959 fecha en la que ya se habían iniciado las obras de dicho embalse. En sus buenos momentos llegó a contar con hasta nueve casas diferentes: Casa Francisca, Casa Perot, Casa Pañello, Casa Gasparó, Casa Guillén, Casa Maciá, Casa Mauri, Casa Valle y Casa Tomás. Para estas fechas ya no vivía nadie en este pueblo y todos habían emigrado mayoritariamente a las zonas bajas de las provincias de Huesca y Lérida. Su monte contaba con un total de 544,6 Ha que fueron ofrecidas en venta al PFE en junio de 1959. Por todo este conjunto de terreno los propietarios solicitaron un precio de 2.424.000 Pts. Este precio inicial, como en otras tantas ocasiones, pareció elevado a los responsables del PFE por lo que solicitaron una rebaja a los vendedores. 
Aspecto de la fachada principal de Casa Valle de Montfalcó hacia 1959. Foto: Archivo Cartagra

         Todos ellos volvieron a reunirse para debatir esta cuestión y finalmente acordaron rebajar sus aspiraciones económicas y fijarlas en 1.178.000 Pts. A diferencia de otros expedientes de venta, en este los vendedores ya habían abandonado Montfalcó y ya habían tenido que ingeniárselas como buenamente pudieron para instalarse en sus nuevos destinos. Lo hicieron única y exclusivamente con los recursos propios que cada uno de ellos disponía en esos momentos por lo que, aun a pesar de ser importante, la cantidad a cobrar resultó ser menos importante. En otras ventas este proceso de negociación se hizo con la mayoría de los vendedores habitando todavía las casas que se iban a vender y sin tener tampoco nada claro cuál podría ser su destino final. En esos casos resultó ser mucho más trascendental para esos vendedores conseguir la mayor cantidad de dinero posible pues así obtenían mayores garantías de conseguir un traslado e instalación en un nuevo destino con menos imprevistos y sacrificios.


          En septiembre de 1959 una comisión formada por representantes del Ayuntamiento de Fet al cual pertenecía el núcleo de Montfalcó, personal del PFE y un representante de ENHER recorrió los límites de este monte y pudieron comprobar que no existían problemas con sus linderos. Ese recorrido quedó condensado en un informe que fue remitido a las oficinas centrales del PFE en Madrid. Desde allí dieron el visto bueno a esta compra y en noviembre de este mismo año el Pleno del Consejo del PFE aprobó finalmente esta adquisición. De tal forma, en abril de 1960 todas las partes se dieron cita en el notario de Gráus y firmaron la preceptiva Escritura de Compra-Venta a favor del Patrimonio Forestal del Estado. 


          Como en otros tantos expedientes de venta, en este también sucedió que no todos los propietarios tenían inscrito en su totalidad sus propiedades. Esto originó nuevamente un exceso de cabida que hizo posible que a todos los vendedores se les retuviera parte del importe total que les correspondía. Pasados los dos años de rigor que contemplaba la Ley Hipotecaria vigente en aquél entonces, todas las partes volvieron a juntarse en octubre de 1962 para proceder a la firma de la Escritura de Carta de Pago. De esta forma quedó concluido este expediente que se solventó en apenas cuatro años de tiempo, periodo este muy corto de tiempo si tenemos en cuenta que los trámites de muchos expedientes se prolongaron hasta ocho o diez años.



Fuentes y Bibliografía:

- Fondo Documental del Monte; Ministerio de Agricultura y Medio Ambiente, Madrid.

- Archivo Servicio Provincial Desarrollo Rural y Sostenibilidad del Gobierno de Aragón en Huesca



viernes, 14 de octubre de 2016

La emigración forestal

             Seguro que el camino de retorno a casa tras la firma ante el notario no fue igual para todos los que con la estampación de la misma acabaron convirtiéndose en vendedores. Aquella firma supuso para todos ellos el fin de un ciclo y el inicio de una nueva etapa en sus vidas y también en la de sus familias. Algunos seguirían empinadas y retorcidas sendas camino del pueblo bien ligeros y alegres, esperanzados por poder llevar a la práctica todos los planes y proyectos que hervían en sus cabezas desde hacía ya un tiempo. Su alegría por aquella venta les llenó de optimismo e incluso pudieron llegar a pensar que hasta hubiera sido preferible haber vendido antes. Otros en cambio acometieron ese camino de regreso cabizbajos y con poco ánimo. Algunos todavía seguirían apesadumbrados pues no habían asimilado todavía el cambio que les esperaba a partir de ese momento. En su cabeza las dudas no dejaban lugar al optimismo y en más de un caso el sentimiento de frustración personal podía con cualquier atisbo de esperanza. Caminarían con la incertidumbre de qué plan era el que más le interesaba a él y a su familia en esa tesitura. En cualquier caso, a partir de la firma tanto unos como otros ya tuvieron clara una fecha tope para dejar el pueblo, la cual fue marcada por algún responsable del PFE.

            También hubo otros muchos que esta etapa la tenían asumida y superada pues ya habían abandonado el pueblo hacía un tiempo. Esto sucedió básicamente en aquellos casos en los que el acuerdo entre los vecinos fue total desde el primer momento. Estos, al igual que les tocaría hacer a los anteriores, ya habían realizado el traslado de enseres y pertenencias hasta su nuevo destino. Aquella operación supuso un esfuerzo importante para todos pues en casi todos los casos esos pueblos carecían de comunicación rodada alguna. Debieron recurrir al uso de caballerías sobre cuyos lomos cargaron tan sólo una parte de sus pertenencias. Fueron en muchos casos reatas de tres o cuatro machos aparejados, bien cargados y largas caminatas hasta llegar seguramente a un destino intermedio donde ya llegaría alguna carretera. A partir de allí deberían contratar algún camión hasta el destino final. Esto sucedió así en el proceso de abandono de pueblos de La Solana de Burgasé o algunos de Sobrepuerto los cuales eligieron Fiscal como primera parada. Otros pueblos de Sobrepuerto escogieron la vía que les llevaba hasta la ribera del río Gállego bajando los muebles y demás útiles hasta el viejo puente de Oliván. Desde aquí en camión hasta la estación de Sabiñánigo. Los que marcharon a tierra baja, a algún pueblo de colonización, hasta echaron mano del tren y bajaron hasta Zuera. Antes de marchar alguno de los machos que ayudaron en el traslado de enseres terminó siendo vendido aprisa y corriendo. Otro tanto sucedió con las vacas, ovejas, cerdos los cuales acabarían siendo vendidos en pueblos próximos y seguramente por debajo de su precio normal (1). 
Reata de machos transportando bultos y enseres en algún lugar del prepirineo aragonés. 
Foto: Archivo Cartagra
         Por cuestiones prácticas la mayoría de ellos no pudieron llevarse todas sus pertenencias y buena parte de las mismas acabaron quedándose impertérritas en los mismos sitios que seguramente habían permanecido durante las últimas décadas. Arcones, alacenas, herramientas varias, yugos, trillos, útiles para elaborar queso o mantequilla, tinajas, pucheros y un largo etcétera se quedaron como mudos testigos  de unas casas ya sin calor, sin vida. No muchos años más tarde de ser abandonados acabaron, muy a pesar de sus antiguos dueños, en objetos de deseo para expoliadores varios quienes debieron obtener pingües beneficios. He podido constatar que no mucho después de abrir la pista forestal de acceso a Basarán, acabó llegando hasta el mismo pueblo un tractor con remolque que bajó completamente cargado de enseres, herramientas y útiles. Ese tractor y ese remolque realizaron más de un viaje y lo hizo por encargo de un anticuario catalán aunque seguro que no fue el único ni mucho menos. 

           El PFE fijó una fecha tope para abandonar el pueblo una vez se firmaba su escritura de venta. A partir de ese día no debía quedar ningún antiguo propietario viviendo en él. Mientras la mayoría de los vecinos habían emigrado, hubo casos en los que algún vecino agotó el plazo máximo dado por el PFE. Y no solo lo agotó sino que incluso llegó a rebasarlo sobradamente. Si nos ponemos por un instante en su lugar resultará muy fácil entender la resistencia de esos últimos habitantes a abandonar el pueblo en cuestión. Seguramente continuaron manteniendo algún rebaño de ovino el cual, al vivir solos en el pueblo, ya no tenían la necesidad de vigilar de cerca y por tanto pastaban libremente por todos los sitios pues ya no había propiedades que respetar. Algo similar sucedería a la hora de obtener leña para calentarse y para cocinar pues podrían hacerla en los sitios más cercanos a su casa donde antes no podían cortarla pues los árboles pertenecían a otras casas. Esas mismas ventajas encontrarían a la hora de cultivar los campos pues seguramente sembrarían aquellos con tierra de más calidad que los propios. Ante esa nueva situación totalmente favorable para esos últimos habitantes, es fácil comprender la negativa de los mismos y su resistencia a marchar. Una situación similar a la descrita hasta ahora debió suceder con los últimos habitantes de Artaso donde se dio un caso verdaderamente extremo. A pesar de no haber abandonado su casa ya vendida, los responsables del PFE autorizaron el desmantelamiento de Casa Palacín con los dueños dentro de la misma. Así fue como los obreros de un contratista por cuenta del PFE comenzaron a desmontar el tejado de esta casa con el objeto de extraer y aprovechar los maderos de su estructura para emplearlos en otras construcciones (1).

Basarán en 1957, un año después de ser vendido al PFE. Foto: Jesús Tornero Gómez.

           Obviamente, al final todos debieron marchar y abandonar una casa y un pueblo a los que les unían infinidad de vínculos vitales. El destino final de quienes vendieron fue de lo más variado y no correspondió a ningún modelo definido. Como ya quedó dicho en algún post anterior, una minoría acabaron obteniendo plazas como colonos en pueblos de nueva construcción como Curbe, Oriñena, San Lorenzo del Flúmen, Ontinar del Salz o El Temple entre otros. Muchos encontraron trabajo en los incipientes núcleos fabriles oscenses como Sabiñánigo y Monzón o en ciudades más alejadas como Huesca, Zaragoza, Lérida o Barcelona. En Barcelona precisamente he podido constatar casos en los que varias personas provenientes de pueblos de La Solana de Burgasé encontraron trabajo encargándose de la portería de diferentes edificios de la ciudad condal mientras que otros lo hicieron en diferentes factorías de su cinturón industrial (2).
          Una vez abandonados todos los pueblos el PFE continuó con los planes de proceder a la repoblación de todos los terrenos aparentes para tal fin. Progresivamente, campos de cultivo y terrenos yermos fueron repoblándose con no poco esfuerzo humano y a base de emplear infinidad de recursos. Resultó ser habitual que muchas zonas de monte a repoblar se quedaron demasiado aisladas y alejadas tanto para los obreros como para llevar los miles de plantas necesarias. Ante esa situación los responsables de dichos trabajos acabaron concluyendo que era necesario facilitar de alguna manera la realización de los mismos. Así fue como de forma paulatina el PFE comenzó a abrir accesos rodados a muchos de esos pueblos y sus respectivos montes. Se trató de pistas forestales que se fueron abriendo por fases con la intención de aproximar a través de las mismas tanto a personal como a material y plantas.
Máquina motoniveladora del PFE abriendo una de las múltiples pistas que construyó en la provincia de Huesca. Foto: Archivo Cartagra
           La apertura de las pistas se realizó al principio prácticamente de forma manual empleando barrenas manuales o "pistolos" para superar las zonas rocosas con las que se topaban. Posteriormente estos trabajos comenzaron a mecanizarse con la aparición de las primeras máquinas bulldozers que llegaron a nuestro país. Algunas de esas primeras máquinas que trabajaron en Huesca provenían de Zaragoza donde habían participado en la construcción de la base aérea americana que allí se instaló. De tierras americanas hasta España llegaron a bordo de barcos que amarraban en puertos mediterráneos. Aquella ayuda norteamericana se enmarcó dentro del acuerdo firmado entre ambos países en 1953 (1). A los pocos años de comenzar con esa estrategia repobladora ya fueron muchos los pueblos que pasaron a disponer de un acceso rodado al pueblo y a buena parte de sus montes. Así fue como se dio una paradoja, muy criticada ya en ese momento por amplios sectores de la sociedad española, pues mientras los pueblos estuvieron habitados nadie se esforzó por abrir esas pistas forestales. En cambio, una vez abandonados fue cuando comenzaron a construirse las mismas. Debe recordarse aquí que el aislamiento de esos pueblos, su mala comunicación y las pésimas condiciones de vida de aquellos hombres y mujeres por la falta total de servicios, estuvieron en gran medida tras la decisión de los propietarios originales de optar por la venta de los mismos.





Fuentes y Bibliografía:



- (1): Pinos y Penas en tiempos del Patrimonio; Carlos Tarazona Grasa, 2006.  

- (2): Archivo Fondo Documental del Monte; Ministerio de Agricultura, Madrid.


Fenillosa



            Está ubicado en la comarca de La Guarguera, a media ladera en la margen derecha del río Guarga que es el que a su vez da nombre a esta amplia zona geográfica oscense. La fecha de su adquisición se remonta nada menos que a un 20 de mayo de 1944.


           Pero conozcamos algo más sobre aquél pueblo antes de entrar en el proceso de compra propiamente dicho. Por esas fechas este pueblo contaba con sólo dos casas de buen tamaño cada una de ellas y ambas contaban con un edificio anexo que era donde se ubicaba el horno para hacer el pan. Además existían diferentes construcciones auxiliares en las que los amos de cada casa guardaban además de los animales, aperos de labranza o yerba para los diferentes animales. Ambas casas también coincidían en disponer de sendos pozos de agua para el consumo de cada una de ellas. Entre las dos casas sumaban un total de 777,5 m² de superficie habitable. Según el ingeniero redactor del informe consultado, la iglesia en esos momentos ya carecía de mobiliario, estaba en estado ruinoso y no presentaba elementos arquitectónicos u ornamentales de interés.


Vista del núcleo de Fenillosa hacia 1960 aproximadamente. Foto: Archivo Cartagra
           Según los propietarios oferentes, el monte tenía una superficie de 500 Ha aunque las mediciones posteriores redujeron esa cifra hasta 371,4 Ha. La mayoría de ellas estaban cubiertas por monte bajo donde predominaba el boj y sólo era apto para que un rebaño de unas 350 ovejas aprovechara sus escasos pastos. 


           El ofrecimiento de venta está fechado un 20 de mayo de 1944 y estaba firmado por Miguel Baster Sampietro y por Pedro Oliván Urbán. Por las 500 Ha calculadas inicialmente solicitaron 500.000 Pts del momento, es decir, a mil pesetas la hectárea. El PFE enseguida se mostró interesado en su compra por lo que encargó la valoración detallada de este monte. Aquí aparece por primera vez el ingeniero de montes Miguel Navarro Garnica como el encargado de redactar la misma. Durante los primeros años del PFE en Huesca, este ingeniero fue el que se encargó tanto de realizar las visitas a algunos pueblos como de redactar informes y valoraciones. La valoración que obtuvo este ingeniero para este monte se quedó en 165.067,43 Pts pues entre otras cosas y como ya se ha dicho, redujo sustancialmente la superficie del mismo. El 22 de diciembre de 1944 presentaron una nueva oferta pues el precio anterior no fue de su agrado. En esta ocasión solicitaron 270.000 Pts. Según un documento consultado, las intenciones iniciales de los amos de aquellas dos casas pasaba por marchar como colonos a algún pueblo de nueva construcción en el entorno de la Acequia de La Violada.


Vista del entorno de Fenillosa en 2016. Foto: Archivo Cartagra
         Las negociaciones quedaron paralizadas durante unos años por razones no aclaradas. A pesar de ello el PFE siguió con sus intenciones y mantuvo contactos con otros pueblos de las proximidades como Villacampa, Aineto o Secorún. A la vista de aquella situación, los amos de Fenillosa presentaron un nuevo escrito ante el PFE. Fue en marzo de 1950 y solicitaron esta vez un precio de 350.000 Pts. Justificaban ese aumento en que la madera y leñas de su monte habían incrementado de precio al igual que cualquier otro producto. Por su parte, en abril de 1950, el PFE ordenó realizar una nueva valoración para actualizar la anterior. El nuevo valor obtenido ascendió hasta nada menos que 529.500 Pts. Pero desde la sede central del PFE en Madrid aquél precio pareció algo elevado. Además, debido al tiempo transcurrido, encargaron a Navarro Garnica se asegurara si se había realizado algún aprovechamiento forestal o no. Puesto en contacto con el Distrito Forestal de Huesca, este confirmó al anterior ingeniero que a mediados de 1948 se había concedido una autorización para la corta de 3.000 pinos en la partida de La Pardina que cubicaron unos 500 m³. A pesar de la extracción de la madera referida, Navarro Garnica mantuvo la valoración inicial debido al tiempo transcurrido desde la misma. 


          Finalmente, el Consejo del PFE reunido el 24 de noviembre de 1950 acordó la compra de Fenillosa por 350.000 Pts. Pero el informe del Registro de la Propiedad de Boltaña confirmó que sólo había debidamente inscritas 44 Ha. A pesar de lo que eso suponía, los propietarios de Fenillosa presentaron un escrito aceptando las condiciones de demora en el pago. El siguiente paso se dio en Huesca en presencia del notario Mariano López Torrente. Fue un 25 de marzo de 1952 y fue cuando se firmó las escrituras de compra-venta. En ese acto se abonó a los vendedores 38.925,64 Pts correspondientes a las 44 Ha debidamente inscritas en el Registro de la Propiedad. No se ha podido localizar el documento en sí, pero por la referencia obtenida de otros documentos de este expediente, debió ser en agosto de 1954 cuando el PFE pagó a la parte vendedora el importe retenido por la superficie no inscrita. 




Fuentes y Bibliografía:

- Fondo Documental del Monte; Ministerio de Medio Ambiente, Madrid.