Seguro que el camino de retorno a casa
tras la firma ante el notario no fue igual para todos los que con la
estampación de la misma acabaron convirtiéndose en vendedores. Aquella firma
supuso para todos ellos el fin de un ciclo y el inicio de una nueva etapa en
sus vidas y también en la de sus familias. Algunos seguirían empinadas y retorcidas
sendas camino del pueblo bien ligeros y alegres, esperanzados por poder llevar
a la práctica todos los planes y proyectos que hervían en sus cabezas desde
hacía ya un tiempo. Su alegría por aquella venta les llenó de optimismo e
incluso pudieron llegar a pensar que hasta hubiera sido preferible haber
vendido antes. Otros en cambio acometieron ese camino de regreso cabizbajos y
con poco ánimo. Algunos todavía seguirían apesadumbrados pues no habían
asimilado todavía el cambio que les esperaba a partir de ese momento. En su
cabeza las dudas no dejaban lugar al optimismo y en más de un caso
el sentimiento de frustración personal podía con cualquier atisbo de esperanza.
Caminarían con la incertidumbre de qué plan era el que más le interesaba a él y
a su familia en esa tesitura. En cualquier caso, a partir de la firma tanto
unos como otros ya tuvieron clara una fecha tope para dejar el pueblo, la cual
fue marcada por algún responsable del PFE.
También hubo otros muchos que esta etapa la tenían asumida y superada pues ya habían abandonado el pueblo hacía un
tiempo. Esto sucedió básicamente en aquellos casos en los que el acuerdo entre
los vecinos fue total desde el primer momento. Estos, al igual que les tocaría
hacer a los anteriores, ya habían realizado el traslado de enseres y
pertenencias hasta su nuevo destino. Aquella operación supuso un esfuerzo importante
para todos pues en casi todos los casos esos pueblos carecían de
comunicación rodada alguna. Debieron recurrir al uso de caballerías sobre cuyos lomos cargaron tan sólo una parte de sus pertenencias. Fueron en muchos casos reatas
de tres o cuatro machos aparejados, bien cargados y largas caminatas hasta
llegar seguramente a un destino intermedio donde ya llegaría alguna carretera. A partir de allí deberían contratar algún camión hasta el destino final.
Esto sucedió así en el proceso de abandono de pueblos de La Solana de Burgasé o
algunos de Sobrepuerto los cuales eligieron Fiscal como primera parada.
Otros pueblos de Sobrepuerto escogieron la vía que les llevaba hasta la ribera del río Gállego bajando los muebles y demás útiles hasta el viejo puente de Oliván. Desde aquí en camión hasta la estación de Sabiñánigo. Los que marcharon a tierra baja, a algún pueblo de colonización, hasta echaron mano del tren y bajaron hasta Zuera. Antes de marchar alguno de los machos que ayudaron en el traslado de enseres terminó siendo vendido aprisa y corriendo. Otro tanto sucedió con las vacas, ovejas, cerdos los
cuales acabarían siendo vendidos en pueblos próximos y seguramente por debajo de
su precio normal (1).
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Reata de machos transportando bultos y enseres en algún lugar del prepirineo aragonés.
Foto: Archivo Cartagra |
Por cuestiones
prácticas la mayoría de ellos no pudieron llevarse todas sus pertenencias y
buena parte de las mismas acabaron quedándose impertérritas en los mismos sitios
que seguramente habían permanecido durante las últimas décadas. Arcones, alacenas,
herramientas varias, yugos, trillos, útiles para elaborar queso o mantequilla,
tinajas, pucheros y un largo etcétera se quedaron como mudos testigos de unas
casas ya sin calor, sin vida. No muchos años más tarde de ser abandonados
acabaron, muy a pesar de sus antiguos dueños, en objetos de deseo para expoliadores
varios quienes debieron obtener pingües beneficios. He podido constatar que no mucho después de abrir la pista forestal de acceso a Basarán, acabó llegando hasta el mismo pueblo un tractor con remolque que bajó completamente cargado
de enseres, herramientas y útiles. Ese tractor y ese remolque realizaron más de
un viaje y lo hizo por encargo de un anticuario catalán aunque seguro que no fue el único ni mucho menos.
El PFE fijó una fecha tope para abandonar
el pueblo una vez se firmaba su escritura de venta. A partir de ese día no debía quedar
ningún antiguo propietario viviendo en él. Mientras la mayoría de los vecinos
habían emigrado, hubo casos en los que algún vecino agotó el plazo máximo dado
por el PFE. Y no solo lo agotó sino que incluso llegó a rebasarlo sobradamente. Si nos
ponemos por un instante en su lugar resultará muy fácil entender la resistencia
de esos últimos habitantes a abandonar el pueblo en cuestión. Seguramente
continuaron manteniendo algún rebaño de ovino el cual, al vivir solos en el pueblo, ya no
tenían la necesidad de vigilar de cerca y por tanto pastaban libremente por todos los
sitios pues ya no había propiedades que respetar. Algo similar sucedería a la
hora de obtener leña para calentarse y para cocinar pues podrían hacerla en los
sitios más cercanos a su casa donde antes no podían cortarla pues los árboles pertenecían
a otras casas. Esas mismas ventajas encontrarían a la hora de cultivar los
campos pues seguramente sembrarían aquellos con tierra de más calidad que los
propios. Ante esa nueva situación totalmente favorable para esos últimos habitantes,
es fácil comprender la negativa de los mismos y su resistencia a marchar. Una situación similar a la descrita hasta ahora debió suceder con los últimos habitantes de Artaso donde se dio un caso verdaderamente extremo. A pesar de no haber abandonado su
casa ya vendida, los responsables del PFE autorizaron el desmantelamiento de Casa Palacín con los dueños dentro de la
misma. Así fue como los obreros de un contratista por cuenta del PFE comenzaron a desmontar el tejado
de esta casa con el objeto de extraer y aprovechar los maderos de su
estructura para emplearlos en otras construcciones (1).
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Basarán en 1957, un año después de ser vendido al PFE. Foto: Jesús Tornero Gómez. |
Obviamente, al final todos debieron
marchar y abandonar una casa y un pueblo a los que les unían infinidad de
vínculos vitales. El destino final de quienes vendieron fue de lo más variado y no correspondió
a ningún modelo definido. Como ya quedó dicho en algún post anterior, una
minoría acabaron obteniendo plazas como colonos en pueblos de nueva
construcción como Curbe, Oriñena, San Lorenzo del Flúmen, Ontinar del Salz o El Temple entre
otros. Muchos encontraron trabajo en los incipientes núcleos fabriles oscenses
como Sabiñánigo y Monzón o en ciudades más alejadas como Huesca, Zaragoza,
Lérida o Barcelona. En Barcelona precisamente he podido constatar casos en los
que varias personas provenientes de pueblos de La Solana de Burgasé encontraron
trabajo encargándose de la portería de diferentes edificios de la ciudad condal
mientras que otros lo hicieron en diferentes factorías de su cinturón
industrial (2).
Una vez abandonados todos los pueblos el
PFE continuó con los planes de proceder a la repoblación de todos los terrenos
aparentes para tal fin. Progresivamente, campos de cultivo y terrenos yermos
fueron repoblándose con no poco esfuerzo humano y a base de emplear infinidad
de recursos. Resultó ser habitual que muchas zonas de monte a repoblar se
quedaron demasiado aisladas y alejadas tanto para los obreros como para llevar
los miles de plantas necesarias. Ante esa situación los responsables de dichos
trabajos acabaron concluyendo que era necesario facilitar de alguna manera la
realización de los mismos. Así fue como de forma paulatina el PFE comenzó a
abrir accesos rodados a muchos de esos pueblos y sus respectivos montes. Se
trató de pistas forestales que se fueron abriendo por fases con la intención de
aproximar a través de las mismas tanto a personal como a material y plantas.
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Máquina motoniveladora del PFE abriendo una de las múltiples pistas que construyó en la provincia de Huesca. Foto: Archivo Cartagra |
La apertura de
las pistas se realizó al principio prácticamente de forma manual empleando barrenas manuales o "pistolos" para superar las zonas rocosas con las que se topaban. Posteriormente estos trabajos comenzaron a mecanizarse con la aparición de las primeras máquinas
bulldozers que llegaron a nuestro país. Algunas de esas primeras máquinas que
trabajaron en Huesca provenían de Zaragoza donde habían participado en la
construcción de la base aérea americana que allí se instaló. De tierras
americanas hasta España llegaron a bordo de barcos que amarraban en puertos
mediterráneos. Aquella ayuda norteamericana se enmarcó dentro del acuerdo
firmado entre ambos países en 1953 (1). A los pocos años de comenzar con esa
estrategia repobladora ya fueron muchos los pueblos que pasaron a disponer de un acceso
rodado al pueblo y a buena parte de sus montes. Así fue como se dio una
paradoja, muy criticada ya en ese momento por amplios sectores de la sociedad
española, pues mientras los pueblos estuvieron habitados nadie se esforzó por
abrir esas pistas forestales. En cambio, una vez abandonados fue cuando
comenzaron a construirse las mismas. Debe recordarse aquí que el aislamiento de
esos pueblos, su mala comunicación y las pésimas condiciones de vida de
aquellos hombres y mujeres por la falta total de servicios, estuvieron en gran medida tras la decisión de los
propietarios originales de optar por la venta de los mismos.
Fuentes y Bibliografía:
-
(1): Pinos y Penas en tiempos del Patrimonio; Carlos Tarazona Grasa, 2006.
-
(2): Archivo Fondo Documental del Monte; Ministerio de Agricultura, Madrid.