Al contrario de anteriores
posts de esta sección en los que he contado historias de otras personas, en
esta ocasión he decidido compartir con vosotros una experiencia propia. En fechas
recientes realicé una nueva visita a uno de esos sitios especiales para mí.
Hace ahora unos cuatro años de la última vez que acudí hasta Otal. Aquella vez,
al igual que en esta ocasión, la principal pretensión no era otra que la dormir
en la Casa O Royo de este pueblo. En
aquella ocasión me acompañó Félix, mi tío, y Tolo, mi perro. En esta ocasión
fui con mi sobrino Marc para quien era su primera visita a este pueblo y nuevamente
con Tolo quien ya conoce bien este entorno. Llegamos a Otal a media tarde y
encontramos la puerta de esta casa cerrada. Nada más abrirla y atravesar su
umbral sentí la misma sensación de otras veces. A pesar de la oscuridad inicial
que invade el patio de la misma, mis sentidos se mantienen en guardia pues
están casi convencidos de que van a escuchar y ver signos provenientes de algún
habitante de la casa. Me planto en el centro del patio y roto sobre mi mismo
fijándome en todos los objetos que hay como si se tratara de mi primera vez
allí.
Miro a mi derecha y veo
la cuadra donde a pesar de mostrarse vacía, yo rápidamente la imagino con el
macho comiendo en la pesebrera y junto a él varias vacas mugiendo.
¡Cuántas cargas de leña habría traído a lomos de ese macho Pascual desde A Selba¡...(1). Hasta me imagino las
sensaciones olfativas provenientes del fiemo acumulado en este espacio escasamente
ventilado. Salgo otra vez al patio y me dejo llevar ahora por otro aroma
generado nuevamente en mi imaginación. En este caso proviene de otra
dependencia, la bodega, donde nada más entrar ya observo tres toneles de tamaño
mediano. Seguramente los confeccionaría algún tonelero de no muy lejos de Otal
con la madera de alguna cerecera crecida en Os
Articones. Ahora mismo están resecos como si hubieran estando joreándose una
larga temporada en la cercana Punta Pelopín. El vino que contuvieron en su día
debía venir desde mucho más lejos que los toneles. Cuando tocara incubar, allá
por la mengua de febrero o marzo, el abuelo Mariano (2) traería varios boticos
de vino a lomos del mismo macho que he imaginado anteriormente desde Fiscal. Seguro que más de una vez el vino de algún tonel acabaría tornándose vinagre, "malempleáu, después de tanto pasealo va y se pica" exclamaría seguramente aquél abuelo...
Hace años que no se incuba en esta casa, al menos tantos como los que lleva cerrada. Foto: Archivo Cartagra |
Encaro la escalera y
nada más alcanzar el primer piso, sobre mi derecha, observo una vieja espedera
repleta de utensilios de cocina. Sobre la repisa que hay a su pie aparecen completamente
desordenados botes de plástico, cajas de cartón de diferentes alimentos y botes
de cristal variados. Intercalados entre todos ellos algunas botellas de cristal
a modo de candelabro sostienen velas casi consumidas. Aquí hay azúcar, aceite,
infusiones, sal, sopas de sobre, cacao en polvo... todo ello dejado por gente
que como nosotros, han pernoctado antes en esta casa. Quizás en mi visita de hace
cuatro años esta zona estaba, dentro del desconcierto general, algo más
ordenada y con menos objetos de por medio.
Fogaril de Casa O Royo, el centro neurálgico de la misma, sobre todo en las largas noches de invierno. Foto: Archivo Cartagra |
Pero mi mirada, de
forma deliberada y casi sin poderlo evitar, ignora esta área y se centra en el
gran fogaril que se encuentra al fondo. Un pequeño ventanuco orientado al norte
deja entrar un rayo de luz que resalta los dos morillos del hogar. Me acerco al
fogaril y sobre el negro madero transversal donde se apoya la cúpula del mismo
observo tres carlinas protectoras. Será por si el espantabrujas de la chimenea
no diera a basto para ahuyentar los malos espíritus que intenten colarse
desde el exterior. Me fijo en las dos cadieras que escoltan el lugar del fuego
hoy apagado y enseguida me imagino este escenario repleto de personajes durante
una larga noche de invierno. Rostros sombreados por las llamas y con sus miradas
perdidas escuchan viejas historias retenidas en la lúcida memoria de Mariano
(2). Quizás les cuente el encuentro con un onso en la Pardina Niablas hace no sé
cuantos años que le contó una vez su abuelo o las vicisitudes de alguno de sus
viajes para trabajar en una fábrica francesa de alpargatas en Mauleón. Sería
una conversación en voz baja sólo rota por el petardeo de la leña de pino al
quemarse. O tal vez interrumpida también por la tos rota y el pecho cargado de
algún crío fruto de la última mojadura cogida mientras cuidaba las ovejas
en O Estachón. Una buena infusión o
unas inhalaciones de flores de sabuco calentadas en el mismo fuego sería el
único remedio que la abuela Dolores podría facilitar a su nieto José María. Sabucos que
por cierto seguramente no serían tan abundantes entonces en Otal como lo son ahora pues
crecen por doquier entre las ruinas del pueblo. Entre viejas historias, abrideras
de boca y algún chemeco se iría agotando la última zoca echada al fuego y
llegaría el momento de ir a dormir.
Esta nota la encontré clavada en una cadiera del fogaril durante una visita que realicé a esta casa hace más de diez años. Foto: Archivo Cartagra |
Pensando precisamente
en esta faena y tras revisar otras dependencias de esta planta, subimos por la
estrecha y oscura escalera de madera hasta el segundo piso. Quiero alojarme en
la misma habitación donde dormí en mi última visita a esta casa. Es una sala
amplia y sobre el suelo hay dos viejos colchones de lana apelmazada cubiertos
por mantas y esterillas dejadas por algún montañero. Hace ya muchos años que la
lana de estos colchones no prueba la vara de ninguno de aquellos colchoneros
itinerantes que recorrían Sobrepuerto. Si Presentación viera su estado seguro
que no dudaría en varear la lana ella misma (1). Pero dicho sea de paso, antes
de dormir en suelo cualquier catre parece bueno. Marc escoge uno y yo me quedo
con el otro. Sobre ellos dejamos preparados, para cuando llegue la hora,
nuestros sacos y esterillas. Al abrir una ventana lateral y la puerta del
balcón que da al sur, la estancia se llena de luz y la apreciamos con más
detalle. Ya había olvidado el rústico arcón y al redescubrirlo me fijo
nuevamente en su austera y lineal decoración. Un armario de madera maciza de
pino todavía deja entrever los tonos rojizos y azules que algún día debió lucir
con más orgullo que ahora. Sobre la pared maestra existe una alacena empotrada
donde es muy posible que antaño Presen guardara elaboradas colchas y sábanas de
lino con finos bordados floreados. Observo las anchas tablas de pino que
conforman el irregular suelo de esta habitación y me pregunto dónde cortarían
los pinos o dónde serrarían las mismas. Seguro que también llegarían hasta aquí a lomos de alguna caballería.
Mobiliario original de la casa que todavía está en perfecto uso. La cálida luz de la vela facilita en plena noche un ambiente mucho más evocador. Foto: Archivo Cartagra |
Al abrir el balcón nos
asomamos y mi mirada se fija en las frondosas nogueras de enfrente. Están muy
cargadas de nueces y parece ser que este año también se han salvado de las
heladas tardanas. Recuerdo que en mi visita de hace cuatro años por la noche
escuché como los jabalines cascaban y comían con ansia las abundantes nueces.
También lo notó mi perro que fue quien me alertó de que algo raro sucedía en la
calle. Ahora mi mirada se pierde valle abajo, hacia el sur y contemplo lo mismo
que verían aquellos viejos de antes. Basarán aparece medio absorbido por la
vegetación y apenas se distingue. Más al fondo la Peña Canciás, Santa Marina,
Pardina Fenés y O Pueyo Cortillas marcan el límite sur. Hacia saliente la Punta
Pelopín, Monchoa y Capañalda. Hacia poniente la Punta Erata, la Ermita de San
Benito y As Canalizas. Este debió ser el único mundo que conocieron y en el que
vivieron durante toda su vida los habitantes de Casa O Royo, la de Casa Orós,
Casa Francho, Casa Oliván o los de cualquiera de las otras diez casas más que
llegó a tener en sus mejores momentos Otal.
Este mismo paisaje es el que habrán visto durante generaciones los habitantes de Casa O Royo. El paisaje, aunque modificado persiste, las personas lamentablemente ya no. Foto: Archivo Cartagra |
Al final del día nos
metimos en el saco a descansar y reponer fuerzas para continuar nuestra
travesía al día siguiente. Hasta que concilié el sueño mi cabeza no dejó de
pensar en nuevos momentos y situaciones. Para mi Casa O Royo es como un hotel particular que espero siga dándome
la oportunidad de poder subir hasta aquí muchas veces más. Es un hotel con pocas
habitaciones pero que siempre me proporciona infinidad de
sensaciones las cuales, por esta vez, he decidido compartir. Al margen de la capacidad que
cada uno tenga para imaginar y sentir, esta es una experiencia más que
recomendable pues no siempre se tiene la oportunidad de dormir en una casa de
estas características. Si alguien se decide a repetir esta experiencia,
recordaros que debéis dejarla tal cual la habéis encontrado. Cerrar bien la
puerta para evitar que entren las vacas y lo manchen todo. Y si encendéis fuego, prever que luego
tendréis que reponer la leña quemada para que quien venga detrás de vosotros
tenga también con qué hacer fuego. Ah¡ una última cosa al respecto del fuego. Hacer
fuego con talento... ya sabéis qué pasó hace unos cuantos años con la escuela
de Ainielle cuando funcionaba como albergue libre... que acabó quemándose por una imprudencia humana...
No creáis que se trata de una advertencia retórica, muchas veces las vacas también se cuelan dentro de las casas cuando encuentran una puerta abierta. Foto: Archivo Cartagra |
PD: Mi agradecimiento
personal a Pascual Sanromán, de Casa O
Royo de Otal, por darnos la oportunidad a todos cuantos pasamos por este
pueblo de alojarnos en esta casa, que os recuerdo, sigue siendo de su
propiedad. También a Rosario Allué de Casa
Mateu de Otal por atender gentilmente cuantas dudas y preguntas le planteé.
(1): Pascual Sanromán y
su hermana Presentación fueron los últimos amos de Casa O Royo que vivieron en la misma. Tras cerrarla
fijaron su residencia en Biescas desde donde aún se desplazaron puntualmente a
Otal durante varios veranos. Presen ya murió hace unos años mientras que
Pascual reside actualmente en Yésero con su hermana Angelines y cuenta con 90 años.
(2) Mariano Sanromán
fue el padre de Pascual y Presentación, Dolores su madre.