La aparición en el escenario rural
altoaragonés del Patrimonio Forestal del Estado (PFE) acabó convulsionando un
medio donde tradicionalmente nunca se habían producido alteraciones dignas de
mención. La vida de aquellos pueblos discurría dentro de la rutina diaria
propia de una sociedad basada en una agricultura y una ganadería prácticamente
de subsistencia. Gracias a la misma, año tras año, se repetía un ciclo en lo
natural y en lo humano que, salvo la excepción de la guerra civil, se había
venido repitiendo de forma casi idéntica durante los últimos siglos. La llegada
del PFE a esta provincia a mediados de la década de los cuarenta del pasado
siglo XX hizo posible, gracias al aval del estado dictatorial de ese momento,
que aquél equilibro se rompiera de forma un tanto violenta. Aquella ruptura
estuvo motivada en la decidida política forestal ya descrita someramente en
varias entradas anteriores.
Vista de la Pardina de Arraso hacia 1975. Foto: Archivo Pirenaico de Patrimonio Oral
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Aquél claro respaldo oficial hizo posible
que la adquisición de pueblos en nuestra provincia se iniciara de forma rápida.
Las instrucciones eran claras y los ingenieros de montes comenzaron a trabajar
al respecto de forma decidida y eficiente. En poco tiempo ya tuvieron
redactados sus primeros informes que afectaron principalmente a varios núcleos ubicados
en la comarca de La Guarguera. Como consecuencia de los mismos, las primeras
adquisiciones ya se pudieron firmar a finales de los años cuarenta del pasado
siglo XX. Villacampa (A Guarguera) en 1946; Aineto y Pardina Trillo (A
Guarguera) y Mancomún (Barluenga) en 1949 fueron los montes que estrenaron el
listado de adquisiciones en nuestra provincia. A ellos le seguirían el resto
de pueblos asentados principalmente en el Prepirineo y Sierras Exteriores
oscenses. Poco a poco las ansias repobladoras estatales encabezadas por el PFE
fueron enraizando simultáneamente en muchos pueblos de otras comarcas: La
Garcipollera, La Solana Burgasé o Sobrepuerto entre otras.
Hay que matizar también sobre este particular que las dificultades en las que se vivía desde hacía ya muchos años en aquellos pueblos, también facilitó enormemente la decisión de vender de aquellos propietarios. La falta de servicios básicos como luz o asistencia médica, el aislamiento geográfico debido a la falta de accesos rodados o una economía de subsistencia en la que apenas corría el dinero pues se suplía con el trueque, limitaban a diario cualquier perspectiva de futuro. Aquellas duras condiciones junto a la información que vía oral iba llegando a los pueblos respecto a gente que había emigrado a trabajar en empresas o talleres y las ventajas que suponía esa nueva vida, hicieron reflexionar a muchos hombres y mujeres de la mayoría de pueblos prepirenaicos. El ansia por cambiar aquellas condiciones y poder emprender una nueva etapa lejos del pueblo estuvo detrás de la mayoría de las decisiones de venta.
Pueblo de Botaya en 1975, pocos años después de ser ofrecido en venta al PFE. Foto: Archivo Cartagra |
La desaparición del PFE como tal debido a
su sustitución por otro organismo forestal más moderno, el cual teóricamente
debía responder a las nuevas necesidades de ese momento, no evitó nuevas
adquisiciones. Ese nuevo ente se creó a finales de 1971 bajo la denominación de
Instituto para la Conservación de la
Naturaleza (ICONA) y fue el encargado, entre otros muchos cometidos,
también de concluir los numerosos expedientes de adquisición iniciados por el
PFE. Después continuó con la apertura y conclusión de nuevos expedientes de
adquisición que afectaron tanto a nuestra provincia como al resto del país. Según
mis datos en la provincia de Huesca fueron en total 111 las adquisiciones que
realizó el PFE entre el periodo que discurrió de 1944 a 1971. Incluyo en esta
cifra también una media docena de adquisiciones cuyos trámites se iniciaron por
parte de este organismo forestal aunque las mismas se concluyeran por parte del
ICONA.
Debe destacarse en este punto que las
fincas y pueblos adquiridos pudieron haber superado la anterior cifra pues hubo
muchos más intentos, que por causas varias, no llegaron a prosperar. De todos
ellos se llegó a abrir el correspondiente expediente en las dependencias de la
Brigada Aragón del Patrimonio Forestal del Estado con sede en Zaragoza. Así es
como he podido comprobar que hubo otra serie de casos en los que la falta de
acuerdo entre las partes impidió que el expediente siguiera adelante. En muchos
casos los propios informes elaborados por algún ingeniero del PFE ya llegaron a
desaconsejar dicha compra desde un principio. Los motivos fueron desde el
precio elevado que solicitaban los propietarios, la superficie total demasiado
pequeña, de extensión total suficiente aunque muy dispersa sobre el terreno o
el deficiente estado registral de las fincas en cuestión. También hay que
añadir que, aunque fuera una circunstancia temporal, durante 1963 el PFE dio
instrucciones de no adquirir nuevas fincas. Así se transmitió a los
responsables de las diferentes brigadas regionales pues parece ser que durante
ese año faltó la consiguiente partida presupuestaria para este menester. En
Huesca durante ese año tan sólo se adquirieron cuatro montes y seguramente
debió ser así porque los trámites ya se habían adelantado suficientemente durante
los años anteriores. Lo que sí se hizo, al menos durante ese año de 1963, fue
no iniciar ningún expediente nuevo y paralizar los que estuvieran más
retrasados. Así pues, ambas circunstancias hicieron posible durante ese año que
el número de adquisiciones en nuestra provincia fuera inferior al que en verdad
pudo haber sido.
Las fincas que finalmente no fueron
compradas por el PFE, a pesar de su interés en las mismas y de las que ha
quedado registro documental, fueron las siguientes (1):
Jacetania: Ara; Badaguás; Botaya; El Monte, en Araguás del Solano; Ena;
Especiello, en Larués; Huértalo; Pardina Botayuela de Ena; Pardina Esporret de
Bailo; Pardina Fosato de Javierregay; Pardina Segaral.
Alto Gállego: Anzánigo; Arguisal; Bara; Barbenuta; Pardina Baranguá, Cortillas;
Pardina Albás de Secorún; Pardina de Arraso; Pardina Buesa, en La Guarguera;
Pardina Cerceles de Jabarrella; Pardina Pardenilla; Pardina Pilón y Camparés;
Pardina Rompesacos; Pardina Sta. María de Perula; Santa Quiteria; Susín;
Pardina Monrepós de Caldearenas; Trasierra y Sierra de Larrés.
Sobrarbe: Aguilar; Ascaso; Atiart; Ayerbe de Broto; Collospins, Barón y San
Cristóbal, en Muro de Roda; Escartín; Fuebla en monte de Sieste; La Serrana en
Boltaña; La Selva de Albella y Jánovas; Murillo de Sampietro; Peñacuervo; Seto
y Lusiarre en Burgasé; La Sierra de Sieste; Torruellola de la Plana; Valata y
San Victorián de Abizanda; Yosa de Broto.
Vista de Escartín en 1975. Al fondo se aprecia Basarán y los pinos jóvenes plantados en su entorno. |
Somontano: Asque; Bastarás; Los Rasos en El Grado; La Sierra de Salinas de Hoz;
Otín.
Como se puede comprobar fueron muchísimas
fincas sobre las que el PFE llegó a colocar sus ojos y que al final no adquirió.
Sin embargo, en algunos casos aquellos planes del PFE, aunque fuera a medias,
pudieron llevarse a la práctica. Me explicaré. Finalmente algunos de los montes
del anterior listado sí que acabaron siendo repobladas por el propio PFE. Esto
fue posible gracias a otra fórmula muy usada durante ese tiempo por el PFE
conocido como Consorcio. Este fue el
caso Tayó de Aulet, Arguisal, Trasierra y Sierra de Larrés. Pero sobre los
consorcios hablaré largo y tendido en otro post
más adelante.
Hay que recordar aquí que a pesar de que
finalmente no se produjeran las operaciones de compra y venta, el PFE dedicó
importantes recursos a estos casos. Digo esto porque en la mayoría de los casos
personal de este organismo recorrió y pateó esas fincas pues llegaron a
redactar los perceptivos informes previos de la mayoría de esas fincas. Eso
suponía que se desplazaran al terreno, al menos varias veces, un ingeniero de
montes o ingeniero técnico forestal para proceder al levantamiento topográfico
de las fincas y montes de su interés. Este técnico casi siempre fue acompañado
de su trípode de madera y su equipo topográfico con el cual tomar medidas,
triangular puntos y levantar el imprescindible mapa del monte en cuestión.
Además, siempre se hizo acompañar por un guarda forestal de PFE para que le
ayudara en sus trabajos. Los cometidos de los guardas eran además de
acompañarle por los caminos de herradura que ellos conocían muy bien,
presentarle a vecinos de esos pueblos que además de ser propietarios afectados
conocían a la perfección los límites de los montes a medir. El guarda forestal
era también el encargado de buscar un alojamiento al ingeniero a la altura de
las circunstancias, y cuando hacía falta mano de obra para colocar estacas
sobre el monte, contratar peones de confianza en la zona y alguna caballería. A
este respecto he podido constatar que se realizaron numerosos trabajos de campo
que no sirvieron para nada en más de un caso. Así, en la comarca de Sobrepuerto
el PFE llegó a medir completamente el monte de Bergua para lo cual emplearon
nada menos que quince jornadas de campo. Algo similar sucedería en otros
pueblos de la zona que también llegaron a medir en balde como Cortillas y
Escartín (2).
Fuentes y Bibliografía:
- (1): Archivo
Fondo Documental del Monte; Ministerio de Agricultura y Medio Ambiente, Madrid.
- (2): Pinos y
Penas en tiempos del Patrimonio; Carlos Tarazona Grasa, 2006.
Hola Antonio:
ResponderEliminarMe alegra conocer que desde Portugal también visitas mi blog. Todavía me alegra más saber que el mismo es de tu agrado. Ahora mismo voy a visitar tu blog para conocer su contenido.
Un fuerte abrazo desde el Pirineo oscense.
Carlos