Cualquier trabajo, sea el que sea,
debe contar necesariamente además de con una o varias cabezas pensantes encargadas
del diseño y contenido del mismo, de muchas manos para poderlo ejecutar. Además,
el número de estas siempre será proporcional a la envergadura y dimensiones de
la obra que se piensa realizar. Es decir, cuanto más voluminosa o más complicada
técnicamente hablando sea, mayor número de trabajadores habrán de ser
necesarios para sacarla adelante. Y esta cuestión que bien podría ser
considerada como una máxima, es perfectamente aplicable también al ámbito de
los trabajos forestales que se abordan en este blog. Muy pocos trabajos u obras
forestales se hubieran conseguido sacar adelante si no se hubiera contado con
un número mínimo de trabajadores que garantizara su ejecución dentro de los
plazos previstos. Sin esa mano de obra ni los ingenieros hubieran podido
concluir su obra por muy completo y preciso que fuera su proyecto, ni los
guardas habrían podido ejecutar su tarea de control y fiscalización de esos
hombres.
Obreros realizando desmontes para construir terrazas siguiendo las curvas de nivel en las laderas de la cabecera del Barranco Arratiecho, hacia 1910. Foto: Colección Tomás Ayerbe |
Cada vez que se ha escrito o hablado
sobre las diferentes obras de corrección hidrológico-forestal, el conjunto de
los obreros implicados en las mismas ha sido generalmente el gran olvidado.
Bien porque apenas se ha hecho referencia al mismo o bien porque directamente
no se les ha mencionado. La intención de este post es precisamente evitar una
vez más esa omisión y rendir a través del mismo, mi modesto reconocimiento a
todos esos trabajadores forestales que a lo largo de muchísimos años
intervinieron en las obras abordadas en este blog. Aun a pesar de las grandes
diferencias que pudiera haber entre los proyectos originales de cada una de
esas obras, en todos ellos siempre hubo una cuestión común. Era el apartado
dedicado al personal a contratar y los jornales que a cada una de las categorías
se debería pagar. Además, ese numeroso colectivo de obreros casi siempre estuvo
organizado de una forma muy similar en la mayoría de obras.
Buyol usado para transportar agua en los trabajos forestales. Foto: Archivo Cartagra |
La siguiente categoría, la de los
peones, era la que tradicionalmente se encargaba de realizar algunos de los
cometidos más duros. Entre ellos pueden citarse el amasado manual del cemento y el hormigón,
del transporte de piedras en los balluartes -también llamados parihuelas- hasta el lugar donde habían de ser
colocadas o acercar a los oficiales cuanta herramienta u objetos les
solicitaran. Eran también los principales responsables de acometer el montaje y
desmontaje de sencillos andamios; de achicar con pozales el agua que inundaba
los cimientos pues para entonces no había ningún tipo de bomba mecánica que supliera
esta labor o tener la herramienta siempre limpia y lista para su uso. En
algunos casos también fueron los encargados de ejecutar las perforaciones en la
roca para su posterior voladura. El empleo de métodos manuales para el
barrenado de la roca resultó ser siempre muy lento y penoso. La llegada de las primeras
barrenadores mecánicas aún tardaría unos cuantos años. El empleo de esta
técnica implicó a su vez que para la siguiente fase fuera necesario al menos
una persona que supiera colocar la dinamita y los detonadores correctamente. La
mayoría de las cuadrillas no contaban con dicha persona por lo que era habitual
que se trajera a alguien de otro lado. En cualquier caso, esta categoría era la más
abundante dentro de cada cuadrilla pues como ya ha quedado dicho, fue la que
más cometidos y funciones solía tener asignados, suponiendo generalmente más de
la mitad de los integrantes de la cuadrilla.
Obrero, pala y carretillo, otra combinación muy habitual en las obras de hidrología de los cauces de la provincia de Huesca. Foto: Archivo Cartagra |
La única ayuda con la que contaron aquellos hombres en todo este tipo de obras, si es que así puede llamarse, fue la tracción animal. Es decir, gracias al uso de caballerías, bien fueran machos, caballos o burros, estos sirvieron para diferentes cometidos. En unos casos subieron cargados con sacos de cemento o bidones de agua hasta lugares de muy mal y largo acceso. En otros casos sirvieron para mediante el empleo de esturrazos arrastrar pesadas piedras que sería imposible moverlas ni a mano ni con la ayuda de balluartes. Hay que señalar también que no todo el mundo era capaz de desempeñar este trabajo. Unas veces era el caballo el que no obedecía al hombre mientras que otras veces era la persona quien no sabía dar las instrucciones correctas ni tampoco interpretar las reacciones del animal. Para evitar eso, siempre se contrataba juntos a la caballería y a su dueño pues de esa forma se garantizaba el buen funcionamiento de este binomio. A pesar del uso de estos animales de carga, las condiciones del trabajo siguieron siendo muy duras y exigentes para los hombres implicados en las mismas.
Caballerías provistas de esturrazos con los que conseguían arrastrar piedras de gran peso imposibles de mover a mano. Foto: Archivo Cartagra |
Donde verdaderamente se notaba si la
cuadrilla contaba con unos buenos canteros era cuando el dique estaba a punto
de ser concluido y mostraba ya acabados los diferentes mechinales. En estos
amplios ventanales se requería el empleo de piedras trabajadas de forma muy
diferente pues por un lado predominaban las terminadas en forma de esquina, y por otro,
las semicurvas que conformaban el arco superior de cada mechinal que era el
encargado de soportar y repartir el peso de la parte superior del dique. Tanto el ingeniero responsable del
proyecto como el guarda encargado de esa obra sabían distinguir muy bien la
calidad de esas piedras trabajadas por lo que enseguida comprobaban el grado de profesionalidad
de los canteros.
En la construcción de diques como este del Barranco Estiviellas es donde resultaban ser imprescindibles unos buenos canteros capaces de trabajar cualquier tipo de piedras. Foto: Fototeca DGB-INIA |
Obreros en los trabajos de acondicionamiento del vivero de Arratiecho en Biescas, hacia 1910. Foto: Archivo Tomás Ayerbe |
Guarda y obrero fueron las dos categorías que más interactuaron en los trabajos forestales. Foto: Colección Tomás Ayerbe. |
Fueron años de trabajos duros que requirieron un gran sacrificio por parte de aquella numerosa mano de obra y donde sus derechos debieron ser tan escasos como el de los jornales que cobraban.
Donde la principal y única motivación de aquellos hombres, como siempre ha
sucedido, no era otra que la de llevar un jornal a casa para intentar sacar la familia
adelante. Por cierto, hubo trabajos en los que hasta los integrantes de la propia
familia acabaron implicándose en el trabajo del cabeza de familia. Así quedó
reflejado en una magnífica fotografía realizada a principios de siglo XX por
Pedro Ayerbe en el Barranco de Arratiecho.
Sin duda alguna, sin la numerosa mano de obra, tanto local como foránea, todas las obras forestales acometidas en el norte de la pronvincia de Huesca no habrían podido ejecutarse. Sirvan estas líneas, como ya ha quedado dicho, para poner en valor y reconocer públicamente el papel jugado por este colectivo.
Familiares de los trabajadores en las obras del Barranco Arratiecho llevándoles la comida en cestas, hacia 1910. Foto: Archivo Tomás Ayerbe |
Precioso, como siempre, hecho con el corazón.
ResponderEliminarHola Pedro:
ResponderEliminarMuchas gracias por seguir mi blog y por tu comentario. Esta es la mejor forma de animarme para seguir manteniendo vivo este blog.
A plantar fuerte zagal.
Carlos