martes, 13 de diciembre de 2016

Un registro de embarque



             Un ama de casa y dos obreras. Estas fueron las profesiones que declararon tres mujeres oscenses a la hora de embarcar en un vapor en el puerto francés de Le Havre. Embarcaron un 9 de noviembre de 1920 en un barco que se llamaba La Touraine el cual realizaba regularmente viajes entre este puerto europeo y el americano de Nueva York. Una se llamaba Ramona Navarro y erade Ansó; otra Barbara Navarro y era de Fago y la tercera, también de Ansó, se llamaba Sebatiana Vitales. Nuestras protagonistas subieron a bordo del mismo y tras un largo viaje transoceánico de cerca de quince días, acabarían recalando en la capital americana. Como era habitual en esos casos lo hicieron juntas pues era la mejor manera de afrontar con un mínimo de seguridad y garantías tan largo viaje a un país extranjero. Además, tal como muestra esta hoja de embarque, la mayoría del resto de pasajeros eran de procedencias tan dispares como rumanos, italianos o franceses lo cual hacía poco recomendable viajar solo.


            Este registro de embarque fue localizado en el archivo de la Isla de Ellis donde se guardan los listados de los más de doce millones de inmigrantes que entre 1892 y 1954 acogió Estados Unidos. Fue durante la visita que realicé a este archivo en 2009 con el objeto de conocer algo sobre los aragoneses que llegaron a tierras americanas a principios del siglo XX, cuando di con ella. Tal fue el impacto de esa elevada cifra de inmigrantes que en la actualidad cerca del 40% de los estadounidenses, es decir, unos cien millones de ellos, pueden trazar su ascendencia a partir de los hombres y mujeres llegados a este país por esta aduana. Esto se debió a que sobre la Isla de Ellis se asentó durante todos esos años la única aduana que había en toda la costa Este americana. Esta tuvo mucho más tráfico que la aduana ubicada en la costa Oeste la cual recibió los inmigrantes del continente asiático básicamente. 
   Imagen del vapor La Touraine en el que hicieron la travesía trasatlántica las tres mujeres oscenses. Foto: Archivo Cartagra

            Pero volvamos sobre el contenido de esta hoja de embarque pues proporciona más información interesante. Hay que decir que falta otra página donde aparecían más datos de los viajeros. Llama poderosamente la atención como las fichas de viajeros coetáneas para las aduanas europeas fueron mucho menos rigurosas pues solamente contenían que la información básica de nombre, apellidos, residencia y poco más. Las autoridades americanas fueron mucho más exhaustivas pues sus registros incluían datos como la altura, raza, color de ojos o de pelo. Sus libros de registro de gran tamaño contenían nada menos que dos hojas tipo sabana en las cuales recogían infinidad de datos de cada uno de los inmigrantes.


            Respecto a nuestras tres mujeres imagino que su primer reto debió ser conseguir el dinero suficiente para pagarse un pasaje, seguramente de tercera, lo cual supondría para ellas trabajar duro durante bastante tiempo para ahorrar peseta a peseta el total del importe. Es muy posible que alguna de las tres fuera a trabajar temporalmente a las fábricas de alpargatas de Mauleón, Olorón o su entorno, donde aprenderían mínimamente algo de francés. Otro reto para ellas debió ser atravesar Francia sólas hasta llegar a la ciudad de Le Havre y llegar a tiempo para embarcar, superando entre las tres cuantos imprevistos de les presentaran. Llama poderosamente la atención que a las tres se les anotara que su provincia de origen fuera Navarra y no Huesca. Quizás se debiera a que dos de ellas se apellidaban Navarro y esto indujera al error. Tampoco  debe considerarse como casual que el destino final declarado por las tres fuera el mismo, San Francisco. Las tres eran muy jóvenes pues la mayor contaba con 25 años y las otras dos 21 y 18 años respectivamente. Las tres contaban ya por esas fechas con familiares o conocidos en esta capital del Oeste americano quienes habían realizado dicho trayecto unos años antes. Ramona Navarro tenía alli a su hermano; Bárbara a su amiga Sebastiana Aznárez y Sebastiana Vitales al amigo Rafaél Pujolar.

Carta de embarque en las que aparecen las tres mujeres oscenses localizadas. Foto: Archivo Cartagra

            Las condiciones del viaje fueron poco confortables para quienes viajaban con un pasaje de tercera. Durante la quincena aproximada de días que duraba el viaje eran instalados en las bodegas de los vapores en unas circunstancias muy austeras y en ocasiones con unas mínimas garantías de salubridad. En otros casos debieron realizar todo el viaje sobre la misma cubierta soportando las inclemencias atmosféricas como buenamente pudieron. Sólo viajaban en camarote con unas condiciones dignas quienes llevaban pasaje de primera o segunda categoría.  Este barco en concreto tenía capacidad para 1090 pasajeros en total que según las categorías se repartín del siguiente modo: 392 pasajeros en 1ª, 98 en 2ª y otros 600 pasajeros en 3ª.


            La llegada a la aduana de la Isla de Ellis tampoco estaría exenta de tensión y temores. Allí serían examinadas nuevamente por médicos americanos para asegurarse que estaban libres de enfermedades como el tracoma ocular o la tuberculosis. Largas y angustiosas colas para superar los diferentes y exhaustivos trámites que las autoridades migratorias americanas imponían y que en más de un caso implicó la deportación de alguno de ellos. Una vez superados eran embarcados nuevamente y llevados hasta Manhatan donde ya pisaban por primera vez el continente americano. Allí debieron tener mucho cuidado pues los ladrones y timadores esperaban ansiosos la llegada de los incautos inmigrantes para intentar engañarles o hacer negocio a su costa. En el mejor de los casos quizás pudieron contar con algún contacto español en Nueva York quienes les ayudarían a organizar la segunda etapa de su largo viaje pues aún debían atravesar el amplio continente americano y alcanzar la costa Oeste donde se asentaba su destino final, la gran urbe de San Francisco.
 
                  Aspecto de la cubierta de un vapor abarrotada principalmente por pasajeros de 3ª clase.                                               Foto: Biblioteca del Congreso de EE. UU.

            Por todo esto hay que resaltar ineludiblemente el valor de aquellas tres mujeres por emprender semejante viaje, totalmente solas, sin conocer nada de inglés y seguramente que bien poco de francés o por hacerlo en una época en la que las mujeres estaban condicionadas por un montón de prejuicios. Pero estas tres mujeres tenían el carácter y la personalidad suficientes como para superar cuantos retos les presentara un viaje que resultó vital para las tres. En una futura entrada contaré con detalle cuál fue el devenir en el país americano de una de ellas, Barbara Navarro, a la cual seguí su pista por tierras californianas durante mi periplo americano.




 Fuentes y bibliografía:

- Borregueros, Aragoneses en EE. UU. de Carlos Tarazona; trabajo inédito.



4 comentarios:

  1. Qué grandes historias nos cuentas, Carlos, ¡y qué poco se habla de esta gente que, de ver cuatro tozales en su juventud, pasaron a cruzar un océano inmenso y vivir entre rascacielos! Las pasarían canutas, pero míralas ellas, con toda la vida por delante y con la fuerza que da la juventud para labrarse un futuro. Estas mujeres sí que llenan letra por letra de contenido el significado de la palabrita de marras "emprendedor".

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    1. Gracias por pasarte y dejar tu comentario. Como muy bien dices, aquellas mujeres eran de armas tomar. Vaya valor el suyo tan jovenes y afrontar el reto de semejante viaje. Ellos también las pasaron canutas, también. Tengo escrito un libro al respecto donde cuento en detalle todas las vicisitudes de unas y otros pero no hay manera de que vea la luz. Pero si se supieran los sacrificios que realizaron nos quedariamos muy sorprendidos. Un ejemplo de lo dicho nos lo ofrece una de estas tres mujeres, Barbara Navarro, sobre la que hablare en un futuro post.
      A plantar fuerte zagal

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  2. Hola Carlos,
    Mi padre es de San Martín de Trevejo, en la Sierra de Gata, limítrofe entre Cáceres y Salamanca. Ahí el nivel de emigración a América era tan grande que la compañía naviera tenía abierta una oficina en lo que luego fue el estanco y bar. La última que emigró de mi familia fue mi bisabuela (que murió hace poco). Subían con caballerías el puerto hasta la provincia de Salamanca, donde montaban en galeras que los llevaban hasta Galicia. Ahí en barco hasta Argentina. Hay mil historias de aquellas gentes. Pero igual que los que llegan a nuestras costas hoy en día, era elegir entre toda aquella peripecia o la nada. Hay que tener todo esto muy claro cuando nos venden que vivimos mal. Salud amigo Carlos.

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    1. Hola Oscar, un placer saludarte de nuevo. Obviamente, detrás de cada uno de los que emigraron hace un siglo, como de quien lo hace en la actualidad, hay infinidad de historias. Historias duras, repletas de sinsabores, disgustos y malos recuerdos. Generalmente nadie emigra de forma voluntaria. Quien lo hace es por que se ve forzado por la circunstancias. Como bien dices, quedarse era seguir soportando unas condiciones y unas circunstancias que tampoco eran fáciles de soportar. Ójala nadie tuviera que emigrar, pero lamentablemente, esto sigue siendo una utopía hoy en día. Seguimos leyéndonos vale?

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